Estamos a un poco más de un mes de cerrar un año. Un buen ejercicio en este tiempo que nos queda es evaluar y comenzar a construir algún sueño para el próximo. Un sueño es ese proyecto que hoy no está presente, pero que ordena las acciones que realizamos en dirección a lo que puede estar en un futuro.
Evaluar es ponderar lo hecho ¿Se hizo todo bien? ¿Se hizo todo mal? A veces las evaluaciones apuntan a estos dos extremos. Una cosa bien hecha se transforma en éxito total, una cosa mal hecha es leída como un fracaso estrepitoso. En el medio, queda la posibilidad de alcanzar algunas metas; la posibilidad de hacerlo mejor.
Las instituciones (también las personas), se transforman en miopes, no por dificultad en la mirada, sino por miedo a la reacción de los otros frente a los errores. En las escuelas (y en nuestra vida) debemos ser valientes y decirnos. “Sabemos que hemos hecho cosas muy bien y que otras hay que mejorar”.
También sabemos que hemos puesto todo el corazón. No el corazón gélido de los que se alimentan de errores ajenos. Hemos puesto la pasión constante de buscar la excelencia, de pelear por ella y de alcanzar algo de ella.
Y aquí nos encontramos, evaluando otro año.
La escuela tiene que ser un espacio de convivencia humana, donde lo humano se juega en cada acto. Y en ese juego hay aciertos y desaciertos. Eso es ser adulto, eso es ser padre, director, docente, alumno.
Queremos hacer de nuestra escuela un espacio donde podamos preguntar a cada uno y preguntarnos a nosotros mismos: ¿Que podemos mejorar? Frente a esta pregunta a veces se simula. Se simula porque todos evitamos la responsabilidad del error. La escuela castiga el error en los alumnos y los padres los errores de la escuela.
Por no reconocer los errores preferimos traducir la vida en forma de queja. La queja es la expresión de disconformidad donde el que demanda, cree que la culpa de lo que ocurre, está fuera de él. No lo involucra. En la queja, son todos culpables menos yo. Pero el quejoso es incapaz de provocar alguna acción productiva. Porque es irresponsable, decidió entregar la posibilidad de transformación a los otros, sólo para salvarse de la culpa.
Es momento de decir las cosas como son, en la escuela somos todos responsables de lo que ocurre. Cada uno desde el lugar que le toca.
La escuela es el espacio donde crecen nuestros hijos, están nuestros amigos y transcurren nuestras vidas. Es el lugar donde los docentes se desarrollan profesionalmente, donde despliegan su vocación. Es nuestra y si hablamos de ella, hablamos de nosotros.
Les proponemos que al cerrar este ciclo lectivo tengamos un sueño, Un simple sueño. Dar a la escuela lo mejor de nosotros mismos. Confiar en nuestras posibilidades y en nuestra capacidad de construir espacios más humanos. Todos los adultos deberíamos jugarnos tras este ideal. Que sea el lugar que nuestros alumnos se merecen. El lugar donde aprenden, son felices y se forman para la vida. Que deje de ser el campo de batalla donde las culpan impactan en los actores involucrados, pero nadie toma acciones de responsabilidad para mejorar las situaciones.
Hace algunos años Alguien tuvo un sueño, mucho más difícil de lograr. En una sociedad zanjada por la discriminación entre negros y blancos, imaginó un mundo más igualitario (parecía una quimera mucho más difícil que la que les propongo hoy). Y lo logró.
Nuestro modesto sueño, será también una realidad. Si cada miembro de la comunidad se olvida de sí y sueña con hacer lo que le toca, desplegando todo su potencial, no hay posibilidad que el espacio humano que construya no se convierta en el mejor de los espacios posibles.
El sueño será tan real, como la capacidad de hacerse responsable, y de tomar acción en consecuencia, que tenga cada uno de los involucrados.
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