Todo lo que inculcamos en nuestros hijos, se verá reflejado en algún momento, esto he podido constatarlo; aunque también tengo que decir que en materia de educación, rara vez logramos ver los resultados de nuestros esfuerzos en el momento en que desearíamos hacerlo. Es más, lo que comúnmente nos muestran los pequeños -casi de inmediato, y generalmente en público- son precisamente las cosas que nunca desearíamos que hubiesen aprendido. Así es la vida.
Cuando pequeños, con la firme intención de consolidar hábitos saludables y constructivos en mis hijos, intenté establecer rutinas, horarios y reglas con relación al tiempo. Estaba segura de que permanecerían, y a la larga, ellos comprenderían la importancia de administrar su tiempo y llegarían a hacerlo naturalmente y por propia iniciativa. ¡Error! Para mi sorpresa, entre las cosas que menos preocupan a los jóvenes, está el tiempo. Parecería que no existe, y ya no digamos cuando los amigos y las fiestas son los temas en cuestión… entramos en terrenos peligrosos que bien pueden estar minados. ¿Lógico, no? Tiempo es algo que ellos tienen de sobra, y por lo tanto, parece carecer de valor en etapas tempranas de la vida. En definitiva, el tiempo es un factor clave que cobra valor y nos ocupa cada vez más conforme nuestras vidas van alejándose de la línea de inicio.
Al igual que sucede con muchos otros temas, la perspectiva con respecto al tiempo entre jóvenes y adultos difieren en gran medida, debemos asumirlo y aceptarlo como prerrogativa para negociar con ellos y convivir en armonía. Pero, si bien es cierto que requerimos ser empáticos, tampoco podemos ser condescendientes con respecto a principios que consideramos importantes. Hacerlo nos lleva a muchos de los problemas sociales que ahora vivimos; e independientemente de la visión, se trata de un recurso perecedero, no renovable, y como tal, bien vale la pena cuidarlo.
El manejo del tiempo tiene relación directa con el orden, con la productividad y en consecuencia con el logro de metas. Nuestra capacidad de ver más allá de la realidad actual y convertirnos en algo que todavía no somos, pero queremos llegar a ser, implica visualizarlo claramente, en tiempo y forma: es necesario establecer nuestras prioridades y metas a cumplir en tiempos bien definidos. Si no contamos con esto, lo más seguro es que el tiempo carezca de valor, se pierda; y cuando esto sucede, permanecemos estáticos o llegamos inclusive a retroceder.
El tiempo es algo que compartimos y por ello exige nuestro respeto. La puntualidad, “cortesía de reyes”, se relaciona también con la capacidad de respetar a los demás y con la voluntad de cumplir con lo que decimos, motivo por el cual tiene implicaciones directas con el concepto de autoridad. La falta de puntualidad denota un desorden general en nuestra vida, refleja falta de planeación o cierta incapacidad para cumplir con nuestras metas y promesas, cualesquiera que éstas sean. Debido a que es algo totalmente abstracto, comprender la noción de tiempo no es fácil para los pequeños. ¿Cuántas veces les hemos escuchado decir frases como “yo voy a venir ayer”?
Indagando precisamente cómo conciben los niños este concepto, en cierta ocasión una amiga preguntó a su pequeño: ¿cuánto es mucho tiempo? ¿Cómo sabes cuanto tiempo ha pasado? “Es fácil mamá. Mira, cuando pasa poco tiempo y vamos a la casa del campo, la casa está limpia. Cuando pasa más tiempo, la casa está más sucia, y si pasa más, más, tiempo, está llena de tierra… pero cuando pasa mucho, mucho tiempo, todo está “enmugrado” y hasta le salen telarañas”. Su respuesta nos resultó curiosa e interesante. Por un lado, nos permitió estar seguras de que su concepto de tiempo era bastante claro, pero además nos mostró la conexión directa con sus experiencias de vida personales, la forma en que para él cobra sentido el concepto de tiempo: relacionándolo con el estado de la casa.
Enseñar a los jóvenes a valorar, manejar adecuadamente y respetar el tiempo propio y el de los demás, es parte importante de una buena educación que les abrirá muchas puertas. Sin duda, todo funciona mejor de esta manera, y para todos. Sin embargo, para que algo realmente adquiera valor, requerimos utilizarlo, y para constatarlo estamos obligados a ponerlo en práctica y vivir la diferencia. Hacerlo demanda cierta disciplina y esfuerzo; pero es precisamente cultivándolo, como realmente llegamos a apreciarlo, a darle valor.
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La autora es licenciada en docencia de Inglés y máster en administración de instituciones educativas, se ha desempeñado en el ámbito educativo por más de 25 años, en áreas de docencia, desarrollo académico y curricular, y coordinación IB. Ha trabajado como consultora independiente y organizado conferencias de formación para padres con la participación de diversas instituciones educativas, y como columnista en un periódico local, tiene un especial interés por generar aprendizaje organizacional en las instituciones educativas y actualmente es Consultora académica de UNO Internacional para la región de Sinaloa.