“Primero los que tengan en su mesa el mantel verde”… es la instrucción que se gira desde el templete para iniciar un éxodo ordenado con dirección a los talleres, al término de la ponencia.
Es el segundo día de capacitación y ya no hace falta la guía de las edecanes para llegar a los salones, todo el mundo sabe a dónde le corresponde ir.
Entre todos los colores que adornan las aulas destaca el blanco de las sonrisas que asoman espontáneas en un ambiente de cordialidad y participación.
Ya no hay extraños, todos son colegas que persiguen un mismo fin, que comparten deseos, apetito de conocimiento e incluso dudas, muchas dudas, que se resuelven colectivamente (para eso somos UNO).
Las dinámicas son precisamente eso: dinámicas. Los materiales pasan de mano en mano, se complementan, se conjugan en pos de la meta.
Cuando el intercambio se vuelve apasionado, entusiasta, y amenaza con tornarse un barullo que entorpezca el curso de la capacitación, suena un aplauso…, dos…, tres… y el silencio regresa acompañado de la atención.
Las explicaciones fluyen en continuidad a las de ayer: dos programas; dos lenguas; tres procesos.
La pausa para café y galletas –escalonada en esta ocasión-, ofrece un respiro necesario para volver al aula con el ánimo repuesto y un bocado en la barriga. Algo similar ocurre a la hora de la comida, aunque en este caso regreso y ánimo son un cuanto más lentos, por el peso de los alimentos.
Se planifican los temas y se planean las actividades junto con los recursos tecnológicos que las completan. En suma, miedos y dudas se van disipando y, aunque no exento de algún oleaje, el navío avanza hacia el puerto con solvencia.