por Dionisia Pappatheodorou
“La tontería es infinitamente más fascinante que la inteligencia. La inteligencia tiene sus límites, la tontería no” Claude ChabrolUn problema sumamente común en la actualidad es la falta de límites, lo vivimos y nos quejamos de ello a diario, somos capaces de detectar su ausencia en otras personas, pero pocas veces lo hacemos sobre nuestras conductas, debido a que cuando nos extralimitamos, afectamos a otros y no a nosotros mismos. Es básicamente por ello, que habitualmente no nos percatamos de nuestros propios excesos… casi nunca, o por lo menos no en el corto plazo. Aún así, debido a la ley da causa y efecto, terminamos pagando la factura de nuestras acciones, y cualquier exceso lleva irremediablemente al sufrimiento. La pregunta obligada sería entonces, ¿tenemos claros nuestros límites y actuamos en consecuencia? Sin temor a equivocarme, me atrevo a afirmar que muy poco. Sin embargo, nos volvemos extremadamente sensibles cuando nos toca a nosotros asumir los efectos de la conducta de otros, y con toda razón. Esta es la base principal de los problemas de convivencia.
Como adultos, somos modelos de las generaciones mas jóvenes, y es importante asumir esta responsabilidad. Intencionalmente o no, modelamos conductas que ellos imitan, ya que la forma más básica de aprendizaje se da por imitación, lo cual es parte de la naturaleza misma. Por ello, pedir a los pequeños que hagan lo que decimos, en lugar de lo que ven, resulta mera falacia; simplemente no es real. Más aún, cuando hablamos algo y hacemos algo distinto, estamos siendo incongruentes y generando con ello un conflicto seguro. La incongruencia es la base de conflictos, y cuando actuamos de manera incongruente disminuimos nuestra autoridad, lo que exponemos pierde su valor. Sólo analicemos. Aún así, lo hacemos con excesiva frecuencia.
El papel de los padres es, en esencia, ayudar a los hijos a crecer… en todos sentidos, a ser mejores día con día, a convertirse personas más libres, autónomas, independientes y productivas: a ser cada vez más competentes en los diferentes roles que la vida nos asigna. Mientras mas capaces somos de solucionar nuestros problemas, nos sentimos y estamos mejor. Somos más competentes y productivos, dos de nuestras tareas existenciales: la competencia –en el sentido de capacidad para lograr- y la productividad, ambas, necesidades básicas de vida.
Durante la etapa escolar, el niño necesita sentirse competente, saber que puede resolver situaciones que se le presentan sin necesidad de que alguien mas lo haga por el; esta capacidad lo fortalece y reafirma como persona, elevando su autoestima. Por el contrario, si se le sobreprotege y no se le da la oportunidad de solucionar sus necesidades en la medida que le sea posible hacerlo, se sentirá cada vez mas dependiente, y por lo tanto menos capaz, y mas inseguro. En consecuencia, su autoestima se verá severamente disminuida. Es por ello que resulta sumamente importante que los padres y los adultos evitemos a toda costa la sobreprotección de los pequeños. Es necesario enseñarles como hacer las cosas, pero nunca hacerlas por ellos, cuando lo hacemos, les estamos negando la oportunidad de crecer. No obstante, lo anterior implica esfuerzo de ambas partes – a veces considerable- y requerimos estar dispuestos a realizarlo. Esta es precisamente la definición de disciplina: la voluntad de hacer el esfuerzo requerido para conseguir una meta, cualquiera que nos hayamos trazado.
Más tarde, durante la edad adulta, esta necesidad de logro vuelve a surgir con gran fuerza en términos de productividad laboral, y es necesario satisfacerla para vivir en plenitud y lograr paz interior. Fundamental ¿no es así?
Tristemente, y por importante que sea, el ideal dista mucho de nuestra realidad. Con gran frecuencia confundimos el concepto de amor, y buscamos evitar a toda costa que nuestros pequeños vivan frustraciones, realicen esfuerzos, o sufran cualquier tipo de incomodidad, sin percatarnos de que estamos quitándoles la oportunidad de crecer y desarrollarse. Es sano que nuestros pequeños aprendan a vivir con “un poco de hambre y un poco de frío”, sin extralimitar, por supuesto. Recordemos que no hay crecimiento sin esfuerzo, este nos fortalece y nos ayuda a sobreponernos y levantarnos de los inevitables fracasos. En lugar de sobreproteger, establezcamos con ellos metas y límites claros y concretos, exijamos con cariño, y observemos: ayudemos a crecer.
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