Para buscar culpables todos se anotan, en el momento de hacerse cargo no hay candidatos. Las escuelas son organizaciones donde esta práctica es habitual.
La conversación de la sala de profesores, tiene claros culpables. Ellos son: Los padres, los directivos, los alumnos, el sistema, la Secretaría de Educación, la corrupción. Todos otros, donde buscamos ocultarnos.
En las direcciones de los colegios los actores son los mismos, con la salvedad que se sacan a los directores y se agregan los maestros.
La misma escena se repite en la casa de los alumnos, en este caso quitarán a los padres y alumnos y pondrán al resto.
En este juego de sacar y poner, las organizaciones quedan intactas, iguales de defendidas, victimizadas y sin táctica ni estrategia.
Pablo Aristizabal en el congreso de inicio puso un video que mostraba una escena con los jóvenes disconformes en Madrid. Se los veía unirse al grito de ¡Asístanme!, con el surrealista agregado, que se dejaban golpear por la policía.
Pasividad, es el nombre de nuestras aulas.
“Sed pasivos y heredarán la tierra” pareciera ser el mandato escolar.
Todo intento de empoderamiento escolar, es fuertemente aniquilado.
Los maestros buscan imponer un orden, porque en el orden la gente no opina y se cumple su voluntad.
Ese orden que no es metodológico, como forma de adquirir nuevos conocimientos, sino que es un orden que lleva al silencio. Silencio que debe ser sólo interrumpido por la voz del docente.
Los directores también sostienen el status quo, porque cambiar puede traer una rebelión docente o al menos cierto malestar, y ¿quién quiere eso?
Me quedaron grabadas unas palabras de una directora prospecta: “A mí me parece fascinante UNO, creo que es lo que debemos hacer. Pero esto significa tener que enfrentarme con el plantel docente”. A lo que respondí: “¿Pero Usted que cree que es mejor para los alumnos?”. Muy rápidamente me contestó: “Iniciar con Uno en el colegio, sin dudas”. Mi respuesta fue tajante (me salió casi sin pensar): “Entonces a esta altura es un problema ético”.
Saber qué es lo mejor y no hacerlo por comodidad o por no querer involucrarnos es una falta ética. Los alumnos saben que si se callan y repiten el discurso circulante, aprueban. ¿Y quién quiere llevarse las materias y tener malas notas?
Los padres temen que sus hijos puedan encontrar su deseo y no seguir los mandatos estipulados (“Serán médicos, abogados, empresarios, jugadores de fútbol, estrella de cine o modelo, lo mismo da, si no se origina en un deseo interior y propio del joven y no del padre).
Todo el sistema está orientado a disciplinarnos, a ser almas y cuerpos sumisos. En estas situaciones la rebelión se limita a hablar por lo bajo.
Es en ese submundo donde se cuecen resentimientos, malos climas, victimizaciones… “Asístanme” es la melodía de fondo. Con cada culpable externo, se aniquila la oportunidad de construir espacios de trabajo colectivos, responsables, creativos, sinérgicos y efectivos.
Las preguntas que debemos instalar en las escuelas, en todos los actores son ¿Qué tengo que ver con lo que pasa? ¿Qué puedo hacer para mejorar la situación? ¿Qué está a mi alcance? ¿En qué colaboré para llegar a esta situación? ¿Qué puedo y debo hacer para mejorarla?
Lo demás es tirar para afuera lo que corresponde que esté adentro, o al menos cerca.
Mientras esto no ocurra seguirán las largas filas de víctimas, que lejos de acallar su consciencia, amplían su angustia.
Cuando todos pasemos de ser espectadores a actores, comenzaremos a hacer nueva la escuela, la escuela que finalmente nos merecemos.
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