Juancito, el niño que no corría - UNOi Internacional
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Autor: UNOi

Fecha: 4 de julio de 2017

Juancito, el niño que no corría

Por Redacción UNOiNews/Jovel Álvarez Juancito corre casi desesperado detrás de sus compañeros. Minutos antes el profesor de educación física les dijo “quiero que le den 20 vueltas a la cancha corriendo”. En el momento en que la instrucción llegó a los oídos de este niño, él puso sus ojos en blanco y se dijo a […]

Por Redacción UNOiNews/Jovel Álvarez

Juancito corre casi desesperado detrás de sus compañeros. Minutos antes el profesor de educación física les dijo “quiero que le den 20 vueltas a la cancha corriendo”. En el momento en que la instrucción llegó a los oídos de este niño, él puso sus ojos en blanco y se dijo a sí mismo “¡no puede ser!”.

Juan Perales, de 9 años, tiene sobrepeso y se siente condenado a ser “gordo de por vida”. Al comenzar el ejercicio grupal, este pequeño se siente cansancio antes que cualquier otro compañero.

Juancito finalmente se harta y se retira del grupo. Su profesor le grita desde el otro lado de la cancha: “¡Perales! ¡Métase en el grupo!”. El niño le dice: “¡Ya estoy harto, esto no sirve para nada! ¡Ni usted sabe para qué nos pone a correr!”.

‘Touché!’, dirían los franceses. En ese momento el profesor se dio cuenta del error que estaba cometiendo y del que solo Juancito se había percatado: ninguno de esos niños sabía por qué estaban corriendo. Él no se los había dicho.

Escenarios así se viven a diario en las canchas de los centros educativos de todas las latitudes del mundo.

Quizás la disposición de Juancito habría sido distinta si su profesor le hubiese explicado desde su temprana infancia los beneficios que aportaría a su vida una actividad física constante.

“Mira Juancito, te voy a decir para qué te ayuda el ejercicio. ¿Ves esto?” – Le dice el profesor señalando una cicatriz que tiene en el brazo derecho – “Esta me la hicieron en una operación cuando era niño. Me quebré un hueso y tuvieron que operarme. Todo por sedentarismo. Mis huesos y mis músculos eran muy débiles, y seguramente los tuyos también”.

“Tú no estás aquí para verte bien, estás aquí porque para vivir bien necesitas estar sano. Eso lo aprendí con la operación, y desde entonces comencé a meterme en el mundo del ejercicio. Con lo que me dijiste me hiciste entender que si yo no se los digo, ustedes jamás entenderán por qué es tan necesario hacer todo esto”, le confesó el profesor.

Juancito veía al maestro con cierta desconfianza. Y con esa actitud le preguntó “¿y por qué corro todas las semanas y estoy igual?”.

“¿Tú esperas que con dos veces a la semana tu cuerpo se fortalezca? La idea es que a partir de estas clases tomes gusto por el ejercicio, y cuando tengas tiempo libre lo dediques a alguna actividad que te guste y te ayude”. El profesor le propuso la natación, el atletismo, la esgrima o el tenis.

Juancito no le cree nada, pero le pide que hable con su mamá y le proponga inscribirlo a algún equipo deportivo, porque si él se lo dice, ella le responderá que no. El maestro le promete hablar con su madre, pero antes le pide al niño que vuelva a correr con sus compañeros. Él, con una mejor actitud, lo hace y concluye la actividad.

A partir de ese momento, el maestro decide incorporar en sus clases un nuevo elemento: una explicación audiovisual al inicio que ilustre para los niños qué áreas del cuerpo trabajarán con el ejercicio de esa clase, y los beneficios que traerá para ellos una vida que incluya el deporte.

Para Juancito esta clase ha marcado un antes y un después. Él todavía no sabe lo que les voy a contar, pero entrará a clases de tennis en una escuela particular, al inicio enfrentará obstáculos por su nula condición física, pero todo eso quedará atrás. En unos años Juancito será reconocido en su ciudad como el tenista que más gloria les ha dado, dedicará su tiempo libre a impartir clases de educación física, y a llevar a otros niños y niñas los beneficios de una actividad deportiva constante y disciplinada.