Miré hacia el escenario.Miré el salón,a los padres, al maestro,y a mí. Pensé en una palabraPensé agradecerPensé mejor. No era honesto decir algoPorque se esperaba que lo dijera.¿Falta de gratitud?Gracias en esta ocasión no me representaba. Caminé por el pasillo entre sillas y aplausosSubí al escenario, me puse frente a él,Tomé el papel arrollado y mi medalla. Permanecí mudoEl silencio fue mi aliadoBajé y miré para atrásDescubrí que él tampoco esperaba nada. Fui honesto,Él también.Fue un vínculo banal.
La rutina, la práctica reiterada, el rito vacío, la seguridad conocida, nos pone inexorablemente en estos lugares de trasparencia existencial.
Da lo mismo, haber pasado o no por la vida de los otros.
La bisagra se hace cuando hay coraje, pasión, foco en el alumno, honestidad intelectual e inteligencia puesta al servicio del educar.
Maestro no es un título, es un ejercicio.
La tragedia educativa contemporánea no se debe tanto a la falta de nivel de los alumnos (es sólo un síntoma de tantos), como a la intrascendencia que implica, para no pocos, el paso por la escuela.
Como docentes debemos hacernos dignos de un gracias sentido.
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