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Evolución tecnológica vs competencias académicas en adolescentes

por Ramón Besonías Hace diez años, el perfil de competencia digital del alumnado era similar al de ahora, escaso. Se circunscribía al uso del ordenador para realizar tareas rudimentarias, centradas casi todas en el uso de Tuenti y poco más. Hoy, el ordenador apenas lo tocan, si es que lo tienen. El móvil es el […]

Autor: UNOi

Fecha: 3 de octubre de 2014

Foto: © tonodiaz/depositphotos.com

Foto: © tonodiaz/depositphotos.com

por Ramón Besonías

Hace diez años, el perfil de competencia digital del alumnado era similar al de ahora, escaso. Se circunscribía al uso del ordenador para realizar tareas rudimentarias, centradas casi todas en el uso de Tuenti y poco más. Hoy, el ordenador apenas lo tocan, si es que lo tienen. El móvil es el dispositivo rey del ‘armario digital’ del alumnado. Cuando el docente les pide realizar tareas en el ordenador, le miran extrañado, cuando no cabreados, por tener que desempolvarlo y abrir herramientas que apenas recuerdan. Incluso te preguntan: ¿puedo hacerlo en el móvil? Todo se puede hacer con el móvil: fotos, vídeos, micromensajes. El móvil es la mónada leibnizniana, en él se condensa todo el universo social del adolescente contemporáneo. No hay vida más allá del móvil. La televisión fue sustituida por el ordenador, y éste ha sido desbancado por el móvil.

¿Cómo ha afectado esta evolución tecnológica en los hábitos del adolescente y en sus competencias académicas?

El móvil permite distraerse no solo en tu habitación, puedes evadirte del mundanal ruido en todos los lugares. Antes, el niño se iba a su habitación y allí el ordenador le permitía entrar en su ecosistema de relaciones. Fuera de allí no había vida. Con el móvil, esta contingencia queda resuelta. La navegación cibernética se puede prolongar ad eternum. Y la necesidad se prolonga también. Hay que estar conectado, ahora y siempre.

Un adolescente lee hoy más textos a través del móvil que por obligación de sus profesores. Micro textos que solo tienen una intención comunicativa, bajo reglas (de semántica, gramática y ortografía) no escritas, espontáneas e informales, pero identificables por parte de los interlocutores. Códigos que facilitan el tránsito rápido y eficaz de información entre iguales. Un lenguaje que inunda el universo comunicativo del adolescente más allá del móvil. Es de esperar que si su forma de expresión escrita se reduce a este lenguaje, acabe afectando a otros contextos comunicativos en donde deben utilizar la palabra escrita.

El reto del docente es romper esa inercia a uniformar los contextos de escritura bajo un solo sistema de codificación. Ayudarles a discriminar esos contextos, utilizando formas diferentes según su función social. Ya digo, un reto, y titánico, ya que la influencia del entorno social es más poderosa que la rehabilitación que intentamos realizar en la escuela. Achicamos el naufragio con vasos de agua. Pero se intenta.

Hace tiempo que la escuela dejó de ser el centro de socialización y acceso al mundo adulto. Y no acabamos de aceptarlo. Quizá por eso la escuela ha creído que podía enseñar sin tomar como materia primordial el mundo más allá de los muros del colegio, centrándose en contenidos sin interés ni utilidad, ajenos a la vida real a la que el adolescente deberá enfrentarse en breve. Aún pervive un modelo academicista de la enseñanza, ligada a la instrucción, a la mera asimilación de datos. Mostrar, repetir, escribir. Ver y tragar. Eso es todo. El alumno no se tiene en cuenta como agente directo en el proceso de aprendizaje, como constructor de su propio conocimiento. Un modelo que hoy se vende como innovador pero que no es nuevo, ya lo defendían hace un siglo un buen puñado de pedagogos. Y sin embargo, parece que salvo celebradas excepciones, el viejo modo de enseñanza persiste, enquistado, en la escuela.

Es esencial que el niño lea el Cantar del Mío Cid, pese a que el niño no sabe siquiera expresar con coherencia una idea decente. El niño debe evitar las tildes; una tilde, un punto menos. Y el niño sigue sin saber expresarse, pasar a palabras lo que piensa y siente.

A veces pienso que el inquietante imperio de lo digital, la profana arquitectura lingüística del tuit o del guasapeo no es sino un mensaje latente que nos deja esta generación a los adultos. Un aviso desesperado que grita: ¡escuchadnos!

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*Ramón Besonías  es Profesor de Enseñanza Secundaria en Junta de Extremadura.