Entre alumnos y maestros. Sobre aprender y enseñar - UNOi Internacional
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Entre alumnos y maestros. Sobre aprender y enseñar

  En sólo dos años iba a llegar la jubilación. Escasa novedad sorprendía su práctica. Sabía en qué momento de la clase decir basta, cuándo los alumnos la pasaban mejor, cuándo se aburrían, quiénes aprobarían y quiénes no. Ya ni preparaba las clases. ¿Para qué? Sabía lo que hacía, por qué lo hacía y cómo […]

Autor: UNOi

Fecha: 12 de octubre de 2013

Columna Fredy Vota wp 

En sólo dos años iba a llegar la jubilación. Escasa novedad sorprendía su práctica. Sabía en qué momento de la clase decir basta, cuándo los alumnos la pasaban mejor, cuándo se aburrían, quiénes aprobarían y quiénes no. Ya ni preparaba las clases. ¿Para qué? Sabía lo que hacía, por qué lo hacía y cómo lo hacía. Las sorpresas escaparon de su práctica docente.

Solapadamente, casi sin quererlo (al menos conscientemente) un halo de frustración rondaba cada día de su vida escolar. En silencio se murmuraba a sí misma: “es sólo este año y el que viene”. No se animaba a confesarlo, pero como un preso, contaba sus días. 

Ella era maestra, sabía lo que hacía, cómo lo hacía y por qué lo hacía. 

Ese anteúltimo año la escuela decidió entrar en Sistema UNOi. Un torbellino aturdidor se apoderó de su cabeza. Un enjambre de palabras anidaba en su mente. iPads, secuencias digitales, competencias, interacción constructiva, no hablar tanto en clase, libros nuevos, nuevas prácticas. ¿Por qué a mí? ¿Por qué ahora? 

No daba crédito que ante sus ojos el mundo se abrió en dos. Se vio impelida a saltar más allá de la brecha o quedarse de este lado. Miró con desconfianza, porque desconfiaba. Desconfiaba de lo que no conocía. Nunca un proyecto de cambio cambió algo. Nunca. ¿Por qué sería esta vez la excepción? 

Cada situación de clase la tenía estudiada, la conocía. Si bien con el tiempo sintió que había perdido la captación total de los alumnos, algunos la seguían. Y los que no, reprobaban y con el correr del tiempo o se iban de la escuela o con algo de ayuda terminaban por pasar. No era lo mejor, pero era conocido. 

“Nunca me gustaron las máquinas, creo en la lectura, en los libros” repetía como letanía en los pasillos de la escuela. Y cada vez que la repetía, sabía (muy en el fondo), que su causa por los libros hacía años que la había perdido…y no por lo digital, sino por sus propias prácticas pedagógicas. La verdad es que ella tampoco era una gran lectora, es más, no recordaba cual había sido el último libro entero que había leído. Sin embargo. era un apóstol del formato. Y de las letras bellas, de molde, de las planas. Esa repetición reiterada hasta que salgan todas las letras iguales. Tampoco era gran escritora, hasta le aburría escribir. Pero tenía una letra preciosa. 

Pensaba, ¿Qué horror introducir el Ipad? ¿Y en qué momento enseño el alfabeto? ¿Y cuándo las planas, con renglones grandes, medios y pequeños? ¿Y los grafismos, y…..? Muchos ¿Y?, todos racionales. Dentro de su razón

Fue a un congreso. ¡De locos! Un melenudo hablaba, otro hablaba más. Todos del cambio, la gente levanta el dedo en señal de adhesión. En los talleres te daban los libros, te hablaban de participación, de dignidad, de que el maestro se tiene que callar. Pensaba en su clase y miraba la nueva propuesta. Se vio en las antípodas.

Levantó la barrera, alta, muy alta. Criticó los libros, la comida, el camión, el coach, el melenudo y su secuaz, los videos y esa máquina infernal. Criticó a su directora que no la consultó y asoció en su crítica a algunas compañeras. Las más cansadas sobre todo. Tuvieron 8 horas de camión y entraron al congreso sin respiro otras 10 horas más. El cansancio enciende más rápido el enojo. 

Un grupo (unas 6 maestras)  pidieron hablar con la coordinadora. La coordinadora las calmó, pero se angustió. Y habló con la directora. La directora descubrió que tenía un problema. Reunió a su escuela y pidió ayuda. Un miembro de aquel Sistema la acompañó. La directora le pidió que le dijeran sus quejas.

“Es que en la página 33 el ejercicio c no es adecuado”. “Es que nuestro enfoque en sociales es absolutamente lo opuesto a lo que nos proponen”. “Es que me dijeron que la plataforma no anda” “Es que…” “Es que…”. La directora (hábil en su gestión y conocedora de sus maestros) escuchó sin interrumpir. Al final preguntó. “¿A nadie le gusta la propuesta de cambio? ¿Nadie siente que nos puede ayudar a que la escuela dé un paso al frente? Primero una, luego otra (muy tímidamente) manifestaron su entusiasmo, luego otra y otra. Pero todas tenían miedo, mucho. 

La directora dijo: “Entre todos y con ayuda de todos saldremos adelante”. “A mí me entusiasma de sobremanera la propuesta. No soy ciega a los errores, pero tampoco lo soy a los aciertos y a la infinita posibilidad que se nos abre hoy”. 

Matilde sintió que perdió la batalla, pero todavía había guerra por dar. Llegó el primer día. Dejó el material nuevo de lado y revisó sus viejas hojas de clase. Las siguió al pie de la letra la primera semana. Mientras daba sus clases de siempre escuchaba que los alumnos de las otras se reían, salían contentos de las mismas.

Pero avanzó en su hipótesis. Sé lo que doy, cómo lo doy y por qué lo doy. Se encerró más sobre sí misma. Las compañeras la querían y respetaban, pero ella empezó a percibir que pasaba de ser un referente a ser una reliquia. Se sintió incomoda. Pero no dejó que su incomodidad la incomodara tanto.

Hasta que pasó ese pequeño suceso que la marcó. Fue un día de tantos, luego de 15 días de clases tres alumnos de la primera fila, el lugar donde se sientan los mejores, le dijeron: “Maestra, ¿por qué nosotros no?”. “Mi hermano me contó lo que hacen ¿Y nosotros cuando empezamos?” dijo el segundo. El remate mortal lo dio el tercero: “¿Usted no se anima?”. 

Matilde era maestra de antes, pero nunca perjudicaría de forma consciente a los alumnos. Se sintió sin palabras. Por fin, ni una sola palabra llenó el lugar de la evidencia. No diría un solo significante vacío. De esos que llenaron el lugar de la duda, de la incertidumbre. Decidió hacer. Empezar como el primer día que dio su primera clase. Sin saber que pasaría, por fin saltó. Y vio que no era tan grave, quizás era hasta bueno. 

Ya pasaron dos años de esto. Ayer le entregaron la medalla por los años de servicio. Hubo flores y aplausos. Matilde entre lágrimas dijo: “Hace dos años que dejé de contar los días para llegar hasta acá. Y llegaron igual, pasó muy rápido. Volví a ser maestra. Aprendí que las maestras no sólo enseñan, también aprenden. Y que dejan de ser maestras en el momento que se niegan a aprender. Hasta siempre queridos alumnos. Les dejo el inmenso cariño de una alumna más”.

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