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Enseñar empatía: convirtiendo un plan de clase en una habilidad de vida

por Joe Hirsch ¿Preocupado por la ausencia de empatía en nuestras escuelas? Sé cómo se siente. Con aulas operando más bien como fábricas de calificaciones, resulta difícil argumentar sobre la escuela impulsada por la empatía. Frente a un ciclo interminable de memorizar, guardar, escupir de nuevo y examinar, los profesores se han convertido en los […]

Autor: UNOi

Fecha: 9 de marzo de 2015

Foto: © Yaruta/depositphotos.com

Foto: © Yaruta/depositphotos.com

por Joe Hirsch

¿Preocupado por la ausencia de empatía en nuestras escuelas? Sé cómo se siente.

Con aulas operando más bien como fábricas de calificaciones, resulta difícil argumentar sobre la escuela impulsada por la empatía. Frente a un ciclo interminable de memorizar, guardar, escupir de nuevo y examinar, los profesores se han convertido en los guardianes de una nueva realidad educativa que contrapone mente y sentimiento. Incluso si los educadores se las arreglan para sortear el abrumador conjunto de estándares y evaluaciones de valor agregado, deben aún contender contra esta división fundamental: el rigor académico y su inquebrantable énfasis en los resultados medibles, curiosamente parece en desacuerdo con la inteligencia emocional, una mezcla de estados de ánimo y sentimientos. Lo cual hace a muchos preguntarse si la empatía puede encontrar su camino de regreso al aula.

Puede buscar un aliado inesperado no más allá del plan de clase de mañana. Esto se debe a que los modelos de instrucción con base en evidencias pueden convertirse en generadores de empatía, herramientas para la mente y el espíritu. Diseñado alrededor del aprendizaje cooperativo, su plan de clases puede fomentar de manera activa sentimientos de cohesividad, colaboración e interdependencia que abarquen al grupo sin sacrificar tiempo de instrucción o metas de aprendizaje.

Aprendizaje cooperativo: Una palanca para la empatía

En el aprendizaje cooperativo, los alumnos trabajan juntos, piensan juntos y planean juntos utilizando una diversidad de estructuras de grupo diseñadas a lo largo de una ruta de instrucción. Este modelo de aprendizaje dinámico rompe con las formas empolvadas de de enseñanza frontal que con frecuencia crean aulas de “soledad compartida” –estudiantes que se sientan juntos pero viven en mundos separados. El aprendizaje cooperativo crea lo que Daniel Goleman denomina “empatía cognitiva”, una sensación mente a mente de cómo funciona el pensamiento de otra persona. Entre más entendemos a otros, mejor los conocemos, lo que, entre otras virtudes, apunta hacia mayor confianza, aprecio y generosidad.

Pero la adopción “al mayoreo” del aprendizaje cooperativo no produce automáticamente el tipo de resultados que los educadores desean y los estudiantes necesitan. Despachar a estudiantes en “grupos” con la esperanza de que se hagan más empáticos tiene el mismo potencial que intentar acertar en un tablero de dardos con los ojos vendados –quizá algunos tiros de suerte, pero no más allá. Para aprovechar el potencial del aprendizaje cooperativo como herramienta para generar empatía, los maestros deben tener una estrategia específica, una práctica que funciones –en aulas reales, con alumnos reales. Por fortuna, existe para ello una estrategia denominada rompecabezas.

El aula rompecabezas: metas y ejecución

Creado en 1971 por el psicólogo Elliot Aronson para apaciguar su volátil aula de 5º grado, el método del rompecabezas (the jigsaw method) tiene un largo historial de éxito en reducir conflictos en el aula y aumentar resultados educativos positivos. Como generador de empatía, el método abre la puerta a la oportunidad.

En las aulas rompecabezas, el contenido de la clase se divide en porciones delimitadas y que se asignan una a una a diferentes grupos de estudiantes. Cada grupo –organizado de manera estratégica para reflejar diferencias en estilo de aprendizaje, conocimiento previo, o conformación socioeconómica–, estudia al mismo tiempo una pieza diferente, aunque complementaria, de la lección. Al término de esta ronda de “dominio”, cada alumno debe poseer un conocimiento único de una porción de la lección. Entonces los grupos se reorganizan para formar nuevas unidades, seleccionando un miembro de cada uno de los equipos de dominio. Al trabajar en estos equipos recién conformados por “expertos”, cada estudiante comparte una pieza de contenido completamente nueva con los miembros del equipo que solo aprendieron ese segmento de la lección en particular. Cuando cada grupo termina de compartir información, se verifica su comprensión y se refuerzan los puntos complicados, se da por concluida la actividad del rompecabezas.

Para estar seguros, la aulas rompecabezas no se ven ni se sienten como las aulas tradicionales –ni tampoco los estudiantes que las ocupan. El movimiento fluido, los agrupamientos flexibles y la redistribución de responsabilidades obligan a los chicos a involucrarse de manera más activa en qué y cómo aprenden. A diferencia del lento goteo de la instrucción frontal, el aprendizaje en rompecabezas fluye libremente entre los miembros del grupo. Los roles conocidos también cambian. Los maestros se ubican como reporteros en la línea de banda, supervisando, interrogando y analizando la acción, al tiempo que los alumnos más rápidos y más lentos se descubren de repente a sí mismos en roles de apoyo y liderazgo que nunca hubieran imaginado.

Empatía educativa: Aprender haciendo

La característica más poderosa del aprendizaje de rompecabezas –la verdadera razón detrás de su concepción–, es la práctica de la empatía. Crear puntos de contacto entre estudiantes que de otro modo no interactuarían, ofrece una conciencia, humilde pero elevada del “otro”. Ver a los compañeros de clase como fuentes de conocimiento de buena fe, genera capital emocional y reduce las puertas artificiales de desprendimiento. Los alumnos aprenden pronto a adoptar la regla inviolable del rompecabezas: “Entrar en sintonía o quedar fuera”. En esta construcción social, la moneda de cambio es la escucha activa o el arte de pensar en lo que el otro dice. Y, como cada estudiante tiene una finalidad (un rol de enseñanza) y algo valioso (información nueva y necesaria), a cada educando se le ve como un activo, no como un pasivo. Para el alumno desprevenido esto podrí aparecer como un plan de clase. Pero para el educador empático, es una habilidad de vida.

Dicho esto, el aprendizaje por rompecabezas es un contrapeso a la cultura de exámenes de altas expectativas que con mucha frecuencia desgarra a los niños en vez de apuntalarlos. El método reconoce que detrás de cada etiqueta educativa existe una versión alternativa del niño en espera de mostrarse. El rompecabezas tiene sus raíces en la investigación, se inserta en la instrucción y está en consonancia con el resto del mundo. No existe una forma sencilla de captar una cualidad tan elusiva como la empatía y, con las exageradas exigencias federales, hay muy poco tiempo para ello. Sin embargo, una “educación total”, del tipo que queremos dar a cada estudiante, debe valorar no solo lo que el niño sabe, sino cómo se siente.

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El artículo original puede leerse en: http://www.edutopia.org/blog/empathy-lesson-plan-life-skill-joe-hirsch. Traducción UnoNews.