“En nuestras escuelas, el alumno es profesor y viceversa” - UNOi Internacional
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“En nuestras escuelas, el alumno es profesor y viceversa”

Davi Lira. PORVIR. 04/10/2013.  A los 16 años, el entonces joven estudiante israelí Yaacov Hecht –hoy tiene 56–, estaba molesto con la escuela. En aquel momento, no veía ningún sentido en asistir al colegio. Para Hecht, la escuela no conseguía responder a sus preguntas en ese entonces.: «¿Por qué debemos estudiar lo que estudiamos? ¿Por […]

Autor: UNOi

Fecha: 11 de octubre de 2013

Foto: © Dima Lomachevsky/depositphotos.com

Foto: © Dima Lomachevsky/depositphotos.com

Davi Lira. PORVIR. 04/10/2013.  A los 16 años, el entonces joven estudiante israelí Yaacov Hecht –hoy tiene 56–, estaba molesto con la escuela. En aquel momento, no veía ningún sentido en asistir al colegio. Para Hecht, la escuela no conseguía responder a sus preguntas en ese entonces.: «¿Por qué debemos estudiar lo que estudiamos? ¿Por qué a todas nuestras preguntas, los profesores ofrecen apenas una respuesta? Y ¿por qué el conocimiento sólo se mide mediante pruebas?». A todas estas preguntas, el israelí no obtuvo las respuestas que esperaba en ese momento. Esta situación emblemática, recordada durante la adolescencia, fue la semilla para la construcción de un modelo de educación basado en una lógica diferente de aprendizaje, estructurado a través de una mayor autonomía del estudiante y de un régimen de intensa colaboración entre toda la comunidad escolar.

Precursor del concepto de la educación democrática, Hecht fue el coordinador principal de la implantación de este modelo en una unidad escolar en Hareda, ciudad situada a 45 km de la capital, Tel Aviv. Allí, en 1987, el israelí diseñó una escuela diferente a cualquier otra. «Nuestro objetivo principal era construir una escuela que fuera similar al mundo que estaba fuera de ella. Lo que vemos hoy es que las escuelas son tradicionales y no están conectados con el mundo real a su alrededor. Allá afuera, nadie te dirá lo que tienes que hacer. Tienes que aprender por ti mismo a tomar tus propias decisiones. En nuestras escuelas, enseñamos lo que el mundo exige que tenemos que aprender «, dice Hecht.

Apoyado en la propagación de una nueva forma de aprendizaje, el israelí consiguió extender, a partir de 1995, el modelo de Hareda a escuelas públicas en más de 12 ciudades de Israel. «Cada año, a partir de reuniones con educadores de diferentes países, buscamos ampliar la manera en que vemos la educación. Hoy en día, en todo el mundo hay más de mil unidades que comparten nuestros conceptos». Con un tránsito frecuente en ruedas de especialistas y entre entusiastas que abogan por la creación de un nuevo modelo de escuela, Hecht es cada vez más atento a las las posibilidades que la tecnología puede ofrecer a esta nueva lógica de aprendizaje contemporáneo.

«Actualmente estoy en contacto con Ken Robinson y Sugatra Mitra. Queremos construir plataformas para ayudar a los jóvenes estudiantes y emprendedores que buscan crear soluciones para mejorar la educación. No sólo los estudiantes, sino también profesores, padres, directores. Queremos encontrar ideas innovadoras alrededor del mundo. Nuestro objetivo será crear ambientes digitales donde esas personas y sus ideas se pueden encontrar en un mismo espacio», dice Hecht.

Para comprender mejor la motivación del israelí por cambiar los sistemas educativos tradicionales y su opinión sobre el modelo de enseñanza actual, reproducimos a continuación la entrevista que el educador concedió a Porvir en su viaje a São Paulo a fines de septiembre.

 

Yaacob Hecht. Foto: PorVir

Yaacob Hecht. Foto: PorVir

¿Qué significa para usted una educación democrática?
Para entender el concepto de escuelas democráticas, tenemos que entender el contexto histórico. Incluso habiendo cambiado de régimen democrático en las últimas décadas, muchos países no han cambiado sus sistemas educativos. Lo que vemos actualmente es que hoy se sigue replicando el mismo tipo de educación que recibían las personas, incluso cuando los países ni siquiera eran democráticos. Nuestro gran desafío es construir un sistema que está preparado a lidiar con personas que hoy viven en países que respetan los derechos humanos. Ese es el objetivo de lo que llamamos educación democrática.

Pero, ¿cómo sería el diseño de una escuela democrática?
Sería un espacio donde la diferencia es bienvenida. Para nosotros, la diferencia es muy importante. En nuestras escuelas, los niños pueden enseñar a otros niños e incluso a sus propios maestros. Lo más importante es que cada alumno puede elegir lo que quiere estudiar. También tratamos de sostener que la mejor manera de estudiar es enseñando y no sólo escuchando. En nuestras escuelas, todos son profesores y alumnos al mismo tiempo.

Entonces, ¿ustedes defienden una amplia autonomía de los estudiantes?
Los estudiantes tienen que saber elegir lo que quieren para sus propias vidas. Trabajamos mucho la cuestión de la elección y la toma de decisiones. No necesariamente el objeto de la elección, sino el acto de elección.

¿Podría usted detallar más acerca de cómo se producen estas interacciones?
Apreciamos, a toda costa, la gestión democrática en las escuelas. Dentro de la propia unidad, vivimos como si fuéramos un país pequeño. Tenemos un parlamento y dentro de él, un comité de mediación. Toda la comunidad escolar, incluyendo a los padres, alumnos, maestros y personal, crea las reglas de convivencia y funcionamiento de la escuela. Los representantes de cada grupo se reúnen semanalmente. Si algún alumno o profesor rompe alguna regla, cualquier miembro de la comunidad puede «denunciarlo» ante el tribunal del parlamento –formado con representantes de toda la comunidad escolar. Allí, la situación será resuelta con la ayuda del comité de mediación. En esa instancia, todo el mundo tiene voz.

¿Y cómo funciona ese poder de elección de los alumnos sobre qué estudiar?
Es fundamental escucharlos y trabajar los temas que son relevantes para ellos trabajar. Y tratamos siempre de orientarlos a pensar en las cuestiones que tienen impacto en sus vidas. De esa manera, cuando nos centramos en sus intereses, tampoco tenemos que estimularlos para que asistan a la escuela –vienen naturalmente. Percibimos que los alumnos quieren aprender a crear su propio negocio o cómo sobrevivir en las ciudades. Si tratamos las cuestiones que les interesan, ellos van a querer aprender sobre ellas.

Pero, ¿cómo conocer las necesidades de los alumnos?
En nuestro modelo, cada alumno elige un adulto en la comunidad escolar para que sea su tutor –alguien en quien el estudiante pueda confiar, contarle secretos, hablar de sus expectativas. Con el paso del tiempo, los estudiantes de más edad y con más experiencia pueden incluso convertirse en tutores de alumnos más jóvenes.

Y el maestro, ¿cuál debe ser su postura?
Creemos que cada niño es fuerte en ciertas habilidades y competencias. El profesor tiene que identificar en primer lugar los puntos fuertes y animarlos. Después de eso, se centran en las dificultades y debilidades. Es importante difundir la razón principal por la que vivimos: contribuir al mundo con nuestra individualidad. Las escuelas no pueden tratar a los estudiantes como personas iguales. Los profesores tienen que conocer las particularidades de cada alumno.

Después de identificar las características de cada alumno, ¿cuál es el siguiente paso?
Es necesario difundir la idea del trabajo en equipo en favor de objetivos comunes. En las escuelas tradicionales, cada alumno tiene una calificación en cada materia. Y cada uno termina compitiendo con los demás en la escuela. En nuestras unidades, nosotros damos conceptos iguales a cada alumno. Corresponde al grupo, en su conjunto, alcanzarlos. Así que terminamos por convertir el aula en un equipo.

Y ¿cómo estimular la colaboración entre los profesores?
Así como con los alumnos, buscamos siempre incentivar a los profesores a trabajar juntos en la misma lógica de un equipo de futbol. No importa la materia, el maestro de portugués puede reunirse con el de matemáticas e intercambiar experiencias. Los niños también tienen un espacio para retroalimentar a los maestros. Estimulamos la colaboración en el aula, la escuela, la ciudad y el país, en una especie de movimiento en cascada.

Los espacios de aprendizaje terminan por rebasar los muros de la escuela…

Exacto. Defendemos el concepto de Ciudad Escuela, que se puede resumir en un solo aspecto: la colaboración. Una colaboración concretada dentro de la escuela, fuera de ella, en la ciudad y también en un ámbito más amplio: el del país. Mientras que en las escuelas tradicionales tenemos maestros que enseñan a clases de 30 a 40 estudiantes, en nuestras escuelas autocolaborativas, los estudiantes se conviertan en maestros. Corresponderá al profesor identificar a los estudiantes que tienen más facilidad en cada materia.

Pero, ¿cómo extender la escuela a la ciudad?
Lo que las ciudades deben hacer es aprovechar lo que tienen a favor de la educación, independientemente de los problemas y las limitaciones de la infraestructura. Si nos fijáramos en las calles de cada ciudad, percibiríamos que cada restaurante puede funcionar como un espacio de aprendizaje. Allí, los estudiantes pueden aprender más sobre los alimentos. Los hospitales también pueden funcionar como escuelas. Y Brasil tiene plena capacidad para liderar este movimiento a nivel mundial. No encuentro tal entusiasmo en otras partes del mundo. Pero antes de enseñar al mundo, el país debe empezar a revolucionar su propia realidad.

¿Deben los profesores considerarse figuras centrales?
En muchos países, hay movimientos de profesores que piden a los gobiernos ser los líderes del cambio en los sistemas de educación. En países como Finlandia, toda la sociedad confía en ellos. La idea de la confianza en los docentes debería extenderse por todo el mundo. Debemos escuchar a nuestros maestros y dejarlos más libres. Ellos necesitan más atención y autonomía.

¿Y puede la tecnología estimular la implantación de este modelo democrático?
La tecnología está presente dentro de la escuela, los alumnos la llevan. El problema es que las escuelas obligan a la tecnología a mantenerse dentro del bolsillo de los alumnos. Los educadores necesitan darse cuenta de que las posibilidades que aporta son innumerables. Con las nuevas herramientas, es posible ir más allá de lo que antes se conseguía con lápiz y papel.

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La nota original puede leerse en: http://porvir.org/porfazer/em-nossas-escolas-aluno-e-professor-vice-versa/20131004.  Traducción: UnoNews