Opinión UNOi - UNOi Internacional - Page 11
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 Pablo Doberti - PSurf 2

En su columna de esta semana, Pablo Doberti parte del consenso que existe en cuanto a que el aprendizaje debe ser significativo y hace un análisis de qué se necesita para que esto ocurra y por qué no está ocurriendo en el sistema tradicional de educación.

Despertar el interés del alumno, provocarle expectativas y construir con él el conocimiento son los retos que la escuela debe enfrentar para alcanzar el objetivo del aprendizaje.

La columna puede leerse en: http://pijamasurf.com/2014/04/el-inversor-aprendizaje-significativo/

Foto: © eltoro69 7 depositphotos.com

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por Dionisia Pappatheodorou

 «Un líder es un negociador de esperanzas»

Napoleón Bonaparte

En un proceso de transformación, el liderazgo es factor clave. No he encontrado una mejor forma de promover y acompañar el proceso de cambio en una escuela, que “empoderando” a sus líderes, al equipo a cargo. Sin embargo, existe una gran diferencia entre directivo y líder. Se puede ser directivo sin ser líder, y se puede ser líder, sin ser directivo. En ambos casos, la función es marcar el rumbo y hacer que las cosas sucedan, pero la diferencia estriba en la forma de llevarlo a cabo, y esto impacta en los resultados. Un directivo da órdenes, espera su cumplimiento y exige resultados; mientras que un líder inspira, modela, escucha, acompaña…se trata de un arte en el que la actitud juega un papel central. El liderazgo requiere de un espíritu y actitud de servicio.

De acuerdo con Daniel Goleman, el arte del liderazgo consiste en ayudar a cada elemento en una organización a obtener y mantener un estado interior de “flujo” o rendimiento óptimo, en el que nos sentimos capaces de lograr cualquier cosa que nos propongamos. Cuando esto sucede, cada persona -por propia convicción- aporta sus talentos personales y su mejor esfuerzo, consiguiendo en consecuencia el máximo nivel de rendimiento para la empresa. Para mí, esta es la forma más inteligente de productividad que cualquier organización puede desear obtener. Partiendo de este enfoque, es posible asumir que la actitud ante el cambio depende en gran medida del planteamiento y del estilo de liderazgo que se adopta.

Cuando no somos parte de una decisión tomada, pero nos atañe, la reacción espontánea es de resistencia, y se intensifica en la medida que nos enfrentamos a situaciones que implican cambios en nuestros paradigmas y creencias. Nuestro instinto de seguridad nos lleva a activar de manera automática mecanismos de defensa; además: a mayor riesgo, mayor resistencia. Es lo común. Desde ésta óptica, y tomando en consideración que somos seres emocionales antes que racionales, el modelo de Elisabeth Kubler-Ross puede ser de gran utilidad para comprender la forma en que reaccionamos ante cambios no esperados ni deseados, y que involucran una drástica transformación en nuestra forma habitual de vida o de trabajo.

Este modelo plantea un perfil de respuesta emocional ante el cambio que recorre distintas etapas, desde la percepción de una situación diferente, hasta la decisión de aceptar y comprometernos con lo nuevo, o rechazarlo definitivamente.  Trataré de explicar brevemente este proceso desde su significado emocional, aportando algunas tácticas de liderazgo publicadas por Gustavo Páez, que han probado ser valiosas para gestionar de manera más armónica el cambio en la escuela.

La primera fase inicia con la inmovilización, generada por el miedo a lo desconocido, aunado a la confusión y falta de claridad sobre las implicaciones y alcances que el cambio inminente tendrá en nuestra vida. Tomando en cuenta que nuestra primera reacción es entrar en “shock,” en esta primera fase, ser permisivos y aceptar distorsiones es recomendable, a fin de restar complicaciones innecesarias.  Una vez asimilado el primer impacto, la segunda fase consiste en la negación, entendida como respuesta defensiva ante una realidad inaceptable. Animar al diálogo y conocer la manera en la que la persona interpreta las nuevas circunstancias resulta valioso en muchos sentidos.

Por lo general los primeros periodos se presentan de manera pasiva, sin embargo -y dependiendo del temperamento de cada persona- la negación tiende a convertirse en ira, y la respuesta suele tornarse activa en un esfuerzo por recuperar el control. En este punto, una táctica adecuada consiste en tomar distancia crítica para tratar de entender a la persona, pero sobre todo –y mas importante aún- es no tomarse las cosas de manera personal… uno de los mayores retos, a mi juicio.

Una vez que comprendemos que el cambio es ya inminente, viene la negociación y el regateo, a través de los cuales intentamos minimizar el impacto. En este punto, resulta sumamente importante dejar en claro que la decisión ha sido tomada y no hay regreso, ya que de otra forma, el regateo puede seguir indefinidamente, debilitando a todos y eliminando la posibilidad de avance y logros. Cuando cedemos, normalmente entramos en una fase depresiva y de frustración ante la pérdida de control. En estos momentos, el respaldo, el ánimo y la capacitación resultan indispensables para transitar a la siguiente etapa de aceptación y prueba, en la que se exploran y analizan opciones a través de las cuales finalmente llegamos ya sea, a la aceptación del reto, o al rechazo definitivo.  En esta ultima fase, lo que buscamos es adoptar una respuesta realista ante las nuevas circunstancias, por lo que reconocer y celebrar los logros obtenidos, y validar avances y planes trazados hasta ese momento puede ser la mejor táctica que podemos asumir para impulsar al equipo.

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Dionisia cepLa autora es licenciada en docencia de Inglés y máster en administración de instituciones educativas, se ha desempeñado en el ámbito educativo por más de 25 años, en áreas de docencia, desarrollo académico y curricular, y coordinación IB. Ha trabajado como consultora independiente y organizado conferencias de formación para padres con la participación de diversas instituciones educativas, y como columnista en un periódico local, tiene un especial interés por generar aprendizaje organizacional en las instituciones educativas y actualmente es Consultora académica de UNO Internacional para la región de Sinaloa.

Fredy Vota - En los caminos  

    Los padres,  esas personas únicas, irrepetibles, necesarias, determinantes y constituyentes. Los maestros, esas personas únicas, irrepetibles, necesarias, determinantes y constituyentes. Mi maestro piensa que mi padre no me educa bien. Mi padre piensa que mi maestro no me educa bien. ¿Cuándo se pondrán de acuerdo? Aprendí a cabalgar entre dos fuegos. Aprendí a dirigir el fuego de uno contra otro. Aprendí a manipular mi decir. Aprendí a vivir sin ellos. Aprendí.

   Es interesante ver como el mundo adulto no termina de ponerse de acuerdo en el modo de educar a las nuevas generaciones. Cada parte se encapsula y vierte sobre la otra la culpa de la situación. “Los alumnos son así porque los padres no los educan y en la escuela hay que enseñar cuestiones básicas de convivencia”, dijo la maestra en su reunión de capacitación. “Los niños no aprenden como antes porque los maestros no le enseñan bien y terminan sin saber nada”, se escuchó en la cena de camaradería de madres del colegio. Es la disputa del mundo adulto, donde cada parte culpabiliza a la otra para sentirse eximida de los resultados. En Romeo y Julieta, Shakespeare pone de manera trágica el final de dos jóvenes inmersos en una disputa irreconciliable del mundo adulto. Sea quien sea, Capuleto o Montesco, siempre el hilo se corta por lo más delgado y, en este caso, son nuestros hijos/alumnos.

   Es urgente encontrar espacios comunes, pensar juntos, descubrirnos sin todas las respuestas, necesitados unos de otros. No hay  buena educación que deje los padres por fuera, tampoco aquella que denigra o mira de soslayo a los docentes. Claro que hay límites en esta relación de adultos. Siempre los hay y habrá que encontrarlos juntos. Lo que se percibe actualmente es una «no relación», una guerra muda, una disputa sorda que no encuentra puntos comunes. Nada más incómodo para un docente que estar en una reunión de puros padres del colegio. Miramos a la maestra con una lupa que no usamos para mirarnos como papás. Nada más incómodo para un padre que ser citado por la escuela. Miramos a los padres como el enemigo potencial, al acecho, listo para atacar. En esta disputa, muchas veces no dicha, pero siempre actuada, sólo pierden los menores, que al no tener un mensaje claro de parte de los adultos, casi siempre toman el camino de fuga. Y en estos tiempos, quizás más visiblemente que nunca, ese camino letal está a la vuelta de la esquina.

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Pablo Doberti - PSurf 2

En su columna de esta semana, Pablo Doberti echa de menos la narración –más allá de los temas literarios– en la educación actual que, concentrada en los formalismos académicos, áridos y tradicionales, se olvida de contar historias y en ello pierde una valiosa oportunidad de capturar la atención de los educandos.

Es, dice Doberti, “Como si no hubiera había una vez, como si no hubiera habido veces en que algo haya habido”.

 El artículo puede leerse en: http://pijamasurf.com/2014/04/el-inversor-no-hay-una-vez/

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Foto: © eltoro69 7 depositphotos.com

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por Dionisia Pappatheodorou   

“Actuar es fácil, pensar es difícil; actuar según se piensa es aún más difícil”

Johann Wolfgang Goethe.

El auge de las ciencias marcó definitivamente a la humanidad. Los esquemas convencionales de pensamiento y el sistema educativo tradicional tienen su base en el enfoque científico, centrado en conseguir un resultado específico mediante la reproducción exacta de secuencias que componen un hecho o situación determinada. Promueve la fragmentación, la descomposición del sistema en elementos a fin de realizar un análisis individual y profundo de cada uno ellos. Esto nos permite comprender lo que sucede y replicar los procesos logrando con bastante exactitud un mismo resultado… siempre y cuando el proceso se lleve a cabo en condiciones iguales o muy similares. El enfoque sistémico efectúa el proceso inverso: reúne las partes en un todo coherente, para integrar una visión global, panorámica de la situación. Lo cual complementa el esquema científico.

La visión sistémica nos proporciona la oportunidad de descubrir la interrelación entre los elementos involucrados, a fin de detectar los patrones de comportamiento del sistema a lo largo del tiempo, que generalmente permanecen invisibles. Estudiar el sistema nos ayuda a comprender los procesos y la dependencia entre causas y efectos que se producen con el paso del tiempo, permite descubrir sus tendencias, aún ante condiciones cambiantes. Comparado con el esquema científico, el pensamiento sistémico constituye una forma complementaria de abordar situaciones que nos permite visualizar los procesos evolución, y las conexiones que existen entre los elementos del sistema. 

Una manera suave de transitar de un esquema a otro consiste en transformarlo, lo cual implica un desarrollo gradual que parte de lo existente y lo toma en cuenta para evolucionar. Pero en ocasiones requerimos revolucionar, realizar cambios de raíz que no son nada sencillos. Cuando este es el caso, comprender el sistema en su totalidad incluyendo los procesos de re-alimentación implicados, ayuda considerablemente a conseguir fines preestablecidos en situaciones complejas. Obviamente, esto resulta extraordinariamente valioso en educación.

Desde un enfoque sistémico, somos nosotros mismos quienes promovemos o habilitamos de una u otra forma lo que nos sucede, formamos parte de ello, y por lo tanto tenemos también la capacidad de modificarlo. Podemos inducir cambios graduales, progresivos, y monitorearlos –mediante procesos de re-alimentación- para lograr los resultados deseados. En otras palabras, podemos influir –aunque sólo de manera indirecta- en lo que sucede, a partir de variaciones realizadas en nuestro propio comportamiento. Tomemos como ejemplo concreto, la postura de los padres ante los berrinches de sus hijos:

Cada cosa que hacemos está motivada por algo y cumple una función determinada. Seamos o no concientes de ello, a cada una de nuestras acciones le antecede una causa, algo que nos mueve a efectuarlo y nos pone en acción. No hacemos nada únicamente porque sí, y esto es una ley universal: a toda causa corresponde un efecto.  Entonces, cada vez que un niño hace un berrinche, lo hace con la finalidad de obtener algo que desea o necesita. Eso es lo que le motiva a hacerlo. Sin embargo, existe una infinidad de formas para conseguirlo, y en ello estriba la diferencia. Hacer pataletas es sólo una de ellas.

Un niño hace berrinche para ganar atención, con la finalidad de satisfacer su carencia o su gusto. Si lo obtiene de ésta forma, no habrá necesidad alguna para modificar su comportamiento, y lo más probable es que repita exactamente la rabieta cada vez que quiera conseguir algo… a menos que no le funcione. En estos casos, la visión y la respuesta de los padres son la clave. Si los padres no responden al arrebato, y se toman el trabajo de razonar con el pequeño, enseñándole que la forma de conseguir algo radica en solicitarlo apropiadamente, y se mantienen consistentemente en esta postura; el chico lo entenderá, y no tendrá otro remedio que adecuarse a ello. Pero no transformará su comportamiento si lo padres son inconsistentes, y el niño logra su propósito a través del berrinche.

Aplicado para evidenciar relaciones entre causas-efectos, el pensamiento sistémico nos permite descubrir la forma en que habilitamos y reforzamos determinadas conductas o situaciones cotidianamente sin percatarnos, estableciendo con ello patrones de comportamiento y de interrelación que bien podemos modificar para obtener mayores beneficios.

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Dionisia cepLa autora es licenciada en docencia de Inglés y máster en administración de instituciones educativas, se ha desempeñado en el ámbito educativo por más de 25 años, en áreas de docencia, desarrollo académico y curricular, y coordinación IB. Ha trabajado como consultora independiente y organizado conferencias de formación para padres con la participación de diversas instituciones educativas, y como columnista en un periódico local, tiene un especial interés por generar aprendizaje organizacional en las instituciones educativas y actualmente es Consultora académica de UNO Internacional para la región de Sinaloa

 

 

 

Foto: © eltoro69 7 depositphotos.com

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por Dionisia Pappathedorou    

“Cualquier persona puede hacer complicado lo simple. La verdadera creatividad consiste en hacer simple lo complicado.”  John Coltrane   

Mucho se habla actualmente sobre competencias en el ámbito pedagógico, y el término ha cobrado mayor fuerza a partir de que la Secretaría de Educación Pública decide que el enfoque educativo debe centrarse en competencias. Pero ¿qué es realmente una competencia?  Al respecto, existe una gran variedad de definiciones y documentos, pero como con frecuencia sucede, en la medida que la información y las alternativas aumentan, la cosa se nos complica y el concepto no termina de aclararse. Como consecuencia, terminamos cumpliendo requisitos sin llegar a conseguir resultados.

En alguna ocasión, mi colega Araceli Pastrana comentó algo que significativamente me ayudó a clarificar el concepto de competencia. En palabras simples: somos competentes en la medida en que “sabemos, queremos y podemos hacer o resolver algo.”  Cuando le escuché decir esto, literalmente “me cayó el veinte,” toda la información que había ido acumulado con respecto al término, se alojó en su sitio; las partes se fueron enlazando y complementando entre sí y el concepto cobró sentido.

Utilizo este ejemplo para describir el proceso de aprendizaje, y hasta este punto, únicamente me he referido a su fase inicial: la comprensión de la información. Cognitivamente hablando, entendemos la lógica de las palabras y llegamos a una comprensión aproximada de la idea, a saber, pero nada más. Adquirir dominio sobre el concepto y manejarlo para resolver situaciones, es algo distinto y mucho más complejo. Para ser competentes en un área específica, requerimos al menos de otros dos elementos: querer y poder, con todas las implicaciones que esto envuelve.

El modelo tradicional de escuela se enfoca –en el mejor de los casos- en lograr la comprensión de la información que recibimos. Básicamente se priorizan la transmisión de información y los procesos de memorización a partir de la repetición continua y guiada por el maestro. En ocasiones, ni siquiera se asegura de que el aprendiz llegue a una comprensión precisa. Coloca esta primera fase de presentación de los contenidos como prioridad y presupone que su simple exposición,  llevará automáticamente a transferirlo a situaciones distintas a las presentadas en la escuela, o a la resolución de problemas. Nada mas lejos de la realidad.

Entre memorizar contenido y ser competente, existe un proceso complejo que necesitamos desarrollar intencionalmente. La comprensión de un tema o concepto es definitivamente valiosa y necesaria para la adquisición de una competencia, pero requerimos manejarla para  hacer uso de ella, debemos poder utilizarla para resolver. Los procesos de aplicación, análisis y evaluación nos llevan a emplear distintas ópticas y profundizar en ello.  Requerimos por lo menos llevar el nuevo conocimiento a niveles superiores de pensamiento, de manera que podamos validarlo en la práctica, reflexionar sobre los resultados y sobre el proceso realizado de manera consciente, para después transferirlo a nuevos ámbitos. Transitar por un proceso de construcción detallada, es indispensable para llegar a conseguir dominio sobre un área particular, es decir, para llegar a ser competente en ella.    

Uno de los elementos que el modelo clásico habitualmente deja por fuera, es la disposición para aprender: querer… Aprender requiere de esfuerzo y en términos pedagógicos hablamos de crisis cognitiva. Sin crisis no hay avance, al igual que sin inversión no hay ganancia, “no pain, no gain.” Aprendizaje implica movimiento, ir un paso adelante, y para ello se requiere necesariamente de energías que lo impulsen, de la motivación o disposición para llevarlo a cabo. Este elemento de la competencia, la parte emocional, viene a ser un mecanismo que por lo general la escuela da por hecho, o trata de conseguir de manera coercitiva. Cuando este es el caso, el resultado es -casi siempre- opuesto a lo deseado.

Algunas estrategias que ayudan a reducir el filtro afectivo y propiciar el aprendizaje, consisten en relacionar lo nuevo con algo conocido. Conectarlo con experiencias previas y situaciones que resulten familiares ayuda a contextualizarlo, a ubicarlo, a encontrarle sentido y darle un valor… y únicamente cuando creemos que algo es valioso, estamos dispuestos a invertirle nuestro tiempo y esfuerzo. Medimos costo y beneficio, y solamente después de asegurarnos una ganancia decidimos invertir en ello, ¿lógico, no? Generamos entonces la motivación.

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Dionisia cepLa autora es licenciada en docencia de Inglés y máster en administración de instituciones educativas, se ha desempeñado en el ámbito educativo por más de 25 años, en áreas de docencia, desarrollo académico y curricular, y coordinación IB. Ha trabajado como consultora independiente y organizado conferencias de formación para padres con la participación de diversas instituciones educativas, y como columnista en un periódico local, tiene un especial interés por generar aprendizaje organizacional en las instituciones educativas y actualmente es Consultora académica de UNO Internacional para la región de Sinaloa.

 

Pablo Doberti - PSurf 2

Una singular propuesta para escribir desde el aula –que no alfabetizar, pues no se parte de las letras sino de la lengua misma y sus complejas estructuras y posibilidades–, es la que esta semana nos regala Pablo Doberti en su columna semanal.

“Buscamos escritores, no escrituras” afirma el autor en la que denomina pauta general, donde también recomienda no apurar ni aplaudir los textos antes de tiempo. Leer es desde luego requisito indispensable, como lo es la atención a la forma de lo leído.

El planteamiento completo puede leerse en: http://pijamasurf.com/2014/03/el-inversor-ensenar-a-escribir/

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Foto: © eltoro69 7 depositphotos.com

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por Dionisia Pappatheodorou

                        “Educación es lo que queda después de olvidar lo que se ha aprendido en la escuela.”

Albert Einstein.

Si educar fuera sencillo, no tendríamos tantas dificultades para hacerlo.

En una ocasión, charlando entre amigas precisamente acerca de la importancia de la amistad y la manera en la que los amigos nos influimos unos a otros, en especial entre niños, una de ellas comentó: “es curioso, pero hay amigos de mis hijos que logran sacar lo mejor de ellos, mientras que otros consiguen sacar lo peor, ¿en qué consiste?” La discusión que de allí derivó fue larga, y en esa ocasión no recuerdo haber arribado a ninguna conclusión definitiva; sin embargo, a medida que pasa el tiempo, más llego a convencerme de que, en este sentido, la diferencia entre una persona y otra radica básicamente en su educación.

La siguiente historia, transcripción literal de un texto escrito por León Denis sobre la vida en la antigua Grecia, coincide plenamente con esta óptica y confirma el poder de la educación, es por ello que me parece valioso compartirla ahora:

Se cuenta que el legislador Licurgo de Esparta, quien fue discípulo de Platón,  fue invitado a dar una conferencia sobre educación. Aceptó la invitación, pero pidió un plazo de seis meses para prepararse. El hecho causó extrañeza, pues todos sabían que él tenía capacidad y condiciones para hablar en cualquier momento sobre el tema; y por eso mismo lo habían invitado.

Transcurridos los seis meses, Licurgo compareció ante la Asamblea, que estaba expectante. Se ubicó en la tribuna, y enseguida entraron unos criados portando cuatro jaulas. En cada una había un animal; en total eran dos liebres y dos perros. A una señal preestablecida, uno de los criados abrió la puerta de una de las jaulas y una pequeña liebre blanca salió corriendo, espantada. Luego, el otro criado abrió una jaula donde había un perro, y éste salió en desesperada carrera a la captura de la liebre. La alcanzó con destreza, destrozándola rápidamente.         

La escena fue dantesca y golpeó a todos. Una gran conmoción corrió en la Asamblea, y los corazones de todos parecían saltar del pecho. Nadie conseguía entender lo que Licurgo deseaba con tal agresión. Licurgo no dijo nada. Volvió a repetir la señal establecida, y la otra liebre fue liberada de su jaula. Enseguida, se liberó al otro perro.

El público apenas contenía la respiración. Algunos, más sensibles, llevaron las manos a los ojos para no ver la repetición de la muerte bárbara del indefenso animalito que corría y saltaba. En el primer instante, el perro embistió contra la liebre. Sin embargo, en vez de destrozarla, la tocó con la pata y ella cayó. Luego se irguió y se puso a jugar. Para sorpresa de todos, ambos animales mostraron tranquila convivencia, saltando de un lado para el otro. Entonces, y solamente entonces, Licurgo habló:

Señores, acabáis de asistir a una demostración de lo que puede la educación. Ambas liebres son hijas de la misma matriz; fueron alimentadas igualmente y recibieron los mismos cuidados. Así, igualmente, los perros. La diferencia entre ellos reside, solamente, en la educación. Y prosiguió vivamente su discurso, exponiendo las excelencias del proceso educativo:

La educación, basada en una concepción exacta de la vida, transformaría la cara del mundo. Debemos educar a nuestro hijo, esclarecer su inteligencia pero, ante todo, debemos hablar a su corazón, enseñándole a despojarse de sus imperfecciones. Recordemos que la sabiduría por excelencia consiste en volvernos mejores.

La educación no se constituye en mera transmisión e incorporación de informaciones, sino que consiste en trabajar las mejores potencialidades del ser… Una persona educada es capaz de sacar a la luz lo mejor de sí, posee mayor control para modular sus inclinaciones y emociones naturales y emplearlas para beneficio propio y de los demás. Debido a ello, es posible asumir que contará con mayores posibilidades para obtener también lo mejor de los demás. 

De cualquier manera, el único recurso con el que verdaderamente contamos en la vida somos nosotros mismos, nuestras capacidades y la posibilidad de expandirlas y canalizarlas productivamente a fin de alcanzar nuestras metas y nuestras más profundas aspiraciones ¿cómo no invertir en ello?

Dionisia cep_________________________________________

La autora es licenciada en docencia de Inglés y máster en administración de instituciones educativas, se ha desempeñado en el ámbito educativo por más de 25 años, en áreas de docencia, desarrollo académico y curricular, y coordinación IB. Ha trabajado como consultora independiente y organizado conferencias de formación para padres con la participación de diversas instituciones educativas, y como columnista en un periódico local, tiene un especial interés por generar aprendizaje organizacional en las instituciones educativas y actualmente es Consultora académica de UNO Internacional para la región de Sinaloa.

 

Foto: © eltoro69 7 depositphotos.com

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Por Dionisia Pappatheodorou.

“Sólo aquel que construye el futuro, tiene derecho a juzgar el pasado”

Friedrich Nietzsche

 En términos de relaciones –sobre todo entre padres e hijos- hoy más que nunca nos enfrentamos con el eterno dilema del tiempo: calidad o cantidad, ¿qué es más importante? Me parece que ambas. ¿Cómo podríamos establecer relaciones de calidad, sin dedicar tiempo, al menos en un inicio? Desde mi punto de vista, las relaciones primero se construyen y después se fortalecen, pero siempre requieren de inversión y compromiso; y aquí bien podríamos aplicar un principio de la administración: lo que ofrece mayor beneficio en el largo plazo, tiene un mayor costo en el corto plazo, y viceversa. O lo que es lo mismo: lo barato, resulta caro y lo caro a la larga nos resulta barato… ¿coincidimos?  Para mí, esto no falla, y entonces en educación, al igual que en mil cosas más en la vida,  la inversión inicial resulta sumamente importante. Si realmente invertimos tiempo, nos comprometemos verdaderamente y nos ocupamos de construir lo que queremos, podemos tener la certeza de que obtendremos los beneficios más tarde y con menor esfuerzo.

Obtener lo que nos proponemos resulta siempre posible –si nos abocamos a ello, por supuesto- y adoptar una visión optimista de la vida es una excelente herramienta para conseguirlo. Desde un enfoque optimista, si por uno u otro motivo no logramos invertir lo necesario desde un inicio, siempre existe la posibilidad de hacerlo más adelante, obteniendo igualmente los beneficios; pero nunca sin inversión, ésta constituye un prerrequisito. Al igual que sucede con las finanzas, tiempo, calidad y costo van entrelazados, y quizá tengamos que redoblar esfuerzos cuando no nos ocupamos de proyectar y prorratear nuestra inversión con antelación. Nos costará más trabajo, eso es seguro, pero si existe el empeño y la voluntad no hay imposibles. Puedo asegurar que los límites de nuestros éxitos y fracasos están técnicamente en nuestra mente, los construimos con nuestros pensamientos, y por ello es posible también revertirlos.

Si bien es cierto que con esfuerzo podemos conseguir nuestros propósitos, también lo es que para ello, sea lo que sea, primero tenemos que definirlo y construirnos una clara imagen, y en la práctica este proceso de construcción nos resulta de lo más complicado, o al menos para mí lo ha sido. Asumo que  el problema fundamental radica en que pocas veces volteamos hacia nuestro interior para conocernos, comprendernos y buscar respuestas, no estamos entrenados, pero es sólo a partir de ello que podemos tomar decisiones asertivas, congruentes con nuestra naturaleza y nuestras aspiraciones más profundas, con lo que en esencia somos, es decir, con nuestro propio éthos. Buscamos fuera de nosotros tanto causas como efectos, cuando lo que verdaderamente puede satisfacernos y hacernos crecer se encuentra con mayor certeza dentro de nosotros mismos y es preciso conocerlo. En cambio, llegamos a ser sumamente incongruentes y, con ello se presenta un severo desequilibrio: ¿cómo podemos adaptarnos armónicamente a nuestro contexto, cuando ni siquiera nosotros mismos sabemos lo que verdaderamente deseamos y necesitamos? ¿Cómo pueden otros entonces entendernos y ser empáticos? Pretendemos de los demás lo que no somos capaces de hacer nosotros mismos.

Según el pensador y poeta Friedrich Nietzsche -a quien paradójicamente se le conoce como uno de los maestros del pesimismo-, la finalidad de la vida es aprender a descubrirnos, a comprendernos y llegar a “ser quienes somos” realmente, a ser libres pensadores. Solo así podremos vivir en armonía.  Coincido plenamente con esta idea. Verdaderamente considero que vivir en libertad, en armonía y en congruencia con nuestro ethos, nuestra propia naturaleza o esencia personal, es lo que más nos acerca a la felicidad y a la salud en todos sentidos. Esto es lo que nos proporciona verdadera paz interior, y ¿qué puede valer más la pena? En contraposición, lo que nos aleja de ello nos lleva generalmente al conflicto, a desarrollar emociones poco constructivas, por las que -las más de las veces- buscamos responsabilizar a otros. Estas emociones, finalmente las transformamos en muchos de nuestros trastornos y desórdenes psicológicos, y con el tiempo, inclusive llegamos a convertirlas en algo físico.

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Dionisia cepLa autora es licenciada en docencia de Inglés y máster en administración de instituciones educativas, se ha desempeñado en el ámbito educativo por más de 25 años, en áreas de docencia, desarrollo académico y curricular, y coordinación IB. Ha trabajado como consultora independiente y organizado conferencias de formación para padres con la participación de diversas instituciones educativas, y como columnista en un periódico local, tiene un especial interés por generar aprendizaje organizacional en las instituciones educativas y actualmente es Consultora académica de UNO Internacional para la región de Sinaloa.

Pablo Doberti - PSurf 2

Pese a que los filtros que empleó para elegir escuela no eran particularmente exigentes, encontrarla no fue fácil para Pablo Doberti, según nos cuenta en su columna de esta semana en pijamasurf.com.

Doberti confiesa que participa poco en la escuela y así lo prefiere ante los estereotipos de las instituciones. Tampoco gusta de las tareas escolares y cuando interviene incomoda.

El autor descarta la premisa de que todos queremos una escuela privada, sin considerar que algunos pueden pagarla y otros no.

El artículo puede leerse en: http://pijamasurf.com/2014/03/el-inversor-como-escogi-la-escuela-de-mis-hijos/

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