¿Se imagina hoy a un niño de seis a siete años educadísimo, pero viviendo y venerando los valores de los tiempos de sus abuelos? Sería trágico o, en el mejor de los casos, divertido. Si bien, la rapidez con la que se pondría de pié para ofrecer su asiento en el autobús a la anciana que acaba de subir, o la gentileza con que correría a abrir la puerta del coche a la madre podrían ser admitidos como actos de educación y elegancia, otras actitudes más refinados serían consideradas anticuadas y los niños así, no podrían soportar la burla de adultos y compañeros. Más no porque ciertas actitudes imperantes en la infancia hayan quedado obsoletas, es que ya no se aprecien las actitudes de respeto y de culto a los valores, a partir de que se adecuaron a los tiempos que corren.
De ese modo, si es imposible prohibir los niños de hoy que interrumpan cuando los adultos hablan, nada impide que aparezca una ligera censura cada vez que se produzca el evento: “Ahora está hablando la tía Sandra, espera a que ella termine y entonces será tu turno”. Observaciones como ésta no agreden y ayudan al niño a contener su impulso e impaciencia. Es evidente que las normas funcionan si los adultos involucrados hablaran siempre el mismo idioma y, por lo tanto, nunca está de más que los visitantes perciban que el mando de los valores en los niños corresponde a los padres. Si el niño “olvidó” esta regla, reafírmela con serenidad y coherencia o levante entonces un dedo en señal de espera y, si el niño la recordó, asegúrese de elogiarle después.
Otro principio importante es hablar con los niños sobre la riqueza de usar “por favor”, “disculpe”, “con permiso” y “gracias”. Esta conversación no puede asumir aires de advertencia, sino que puede aparecer en ejemplos en historias que se cuenten. Invente una historia de animales en la que uno de ellos, diferente de los demás, se destaca por su refinada educación y, al terminar, muestre al niño que el uso de esas palabras engrandece a quien las pronuncia y hace que sus padres estén orgullosos. Si alguna vez el niño se olvida, levante el dedo sonriendo para recordárselo; y, si las expresó, no deje de alabarle. En otras oportunidades, juegue con los niños mostrando que hay muchas maneras de decir «gracias», o incluso gestos simbólicos de cortesía. Un abrazo a quien acaba de dar un regalo, un entusiasta beso al que llega, un dibujo que rinde homenaje o unas pocas líneas en una nota son formas alternativas de agradecimiento que, aunque no se utilizaron en el pasado, tienen un valor igual a las buenas palabras. Los niños de hoy no suelen dan la mano a los que llegan y saludar con una tradicional «como está»; sin embargo, los que aprendieron a decir «Hola» con una sonrisa o un gesto amigo hacen el mismo efecto y son actuales.
Si en el pasado los niños se disputaban el espacio para abrir la puerta a los que llegaban o necesitaban pasar, y los de hoy en día casi no perciben esta situación, no está de más del el recordatorio. “Y hoy, ¿quién abre la puerta para mí?”.
Está claro que los procedimientos de comportamiento no constituyen bagaje hereditario y, por lo tanto, se utilizan cuando fueron aprendidos. Todavía no se ha inventado «tarjeta de visita» más favorable para los padres, que la bella educación de sus hijos. Pero, sepa enseñar. Huya de discursos y consejos e invente escenas caseras inusuales de ensayo. Si esto es importante, asegúrese también de seleccionar programas de televisión para ser vistos con el niño o comentar con él cómo ciertas actitudes dañan a otros. Un niño educado es todo aquel que desde pequeño es capaz de sentir plenamente al otro en sí mismo.
Celso Atunes
Maestro en Ciencias Humanas
Especialista en inteligencia y cognición
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El artículo original puede leerse aquí. Traducción UnoiNews.