por Dionisia Pappatheodorou
“A ser feliz se aprende”
Victoria Adato
Nuestro humor denota nuestro modo de afrontar la realidad que percibimos y la forma en que la interpretamos o sentimos. Podemos estar de buen humor o tenerlo pésimo, dependiendo del enfoque y la manera en que elegimos abordar la situación, es finalmente un producto del significado que otorgamos a nuestra realidad.
Generalmente nos ponemos de mal humor cuando no encontramos una salida aceptable para solucionar algún problema y adoptamos un enfoque pesimista. En ocasiones, el simple hecho de recordar o proyectarnos frente a un evento desagradable nos resulta motivo suficiente para ir por la vida concediendo deseos a quienes osen atreverse a cruzar por nuestro camino, sea quien sea, generalmente no medimos las consecuencias…y a la inversa, cuando vemos las cosas de forma optimista y contamos con recursos para enfrentar lo que venga, nos resulta fácil eliminar nuestro temible genio y sentirnos confiados, alegres y de buen humor. Lo curioso de esto es que con nuestro ánimo formamos círculos virtuosos o viciosos, lo que significa que cuando estamos de buen humor, es más probable que las cosas vayan bien y con ello, mayores son nuestras posibilidades de mantenernos con buen ánimo. Lo mismo sucede en el caso contrario, profecías auto infligidas.
Por otro lado, y aún cuando indiscutiblemente existen factores heredados -como el temperamento- que inciden en nuestra personalidad; nuestra forma de ver la realidad y abordar la vida es en gran medida adquirida, la aprendemos de nuestros padres y seres mas cercanos, por lo tanto puede ser modelada y puede también enseñarse. Hablamos de moldear el carácter y la personalidad mediante educación. Para lograr cambios en nuestro mundo externo, es preciso primero hacer cambios en nuestro mundo interior. Explico por qué.
Consciente o inconscientemente y con excepción del tiempo de sueño, nos dedicamos a explorar el mundo y a obtener información de manera continua. Los objetos, personas y eventos son nuestras fuentes de información: la emiten o reflejan en forma de energía. A grandes rasgos, estas formas de energía son captadas por nuestros sentidos o canales de percepción y enviados al cerebro. El cerebro recibe y procesa esta energía y la transforma en imágenes y palabras, es decir, en códigos de lenguaje que nos permiten darle un significado a cada elemento percibido. Formamos conceptos para después unirlos y construir con ellos ideas y pensamientos. Con ayuda de los neurotransmisores, los pensamientos viajan por todo el cuerpo produciendo efectos químicos en él, y este proceso da como resultado emociones y sentimientos.
Entonces, pensamientos y sentimientos entrelazados se convierten en “rutas mentales” que vamos construyendo a lo largo de la vida, y que quedan grabadas en nuestra memoria, son nuestros caminos de acceso a las experiencias vividas. Accedemos a ellas continuamente, ya sea de manera instintiva -en forma de intuiciones- o deliberadamente, mediante el razonamiento y la reflexión, pero, independientemente de la forma, las utilizamos una y otra vez; actuamos repetidamente a partir de ellas reforzándolas, y las establecemos como patrones de comportamiento. La vías de acceso terminan por conformar nuestros paradigmas, o conjunto de creencias, y se traducen en las posturas y actitudes que adoptamos al actuar, llegando a definir nuestra personalidad, nuestro carácter.
Algunas de estas rutas nos son muy útiles, pero otras no tanto; unas nos limitan mientras que otras nos fortalecen y ayudan a crecer. Sin embargo, lo que me parece más valioso, es saber que somos al mismo tiempo actores y autores de nuestra propia historia…y podemos modificarla en buena medida si empleamos nuevos y mejores accesos. Si nos ocupamos de pensar y construir vías alternas, más sanas, aumentamos nuestros recursos y dejamos de estar obligados a seguir por el viejo y obsoleto camino, dejamos de hacer lo que siempre hacemos y que no funciona. Se trata de asumir el control de nuestros pensamientos y emociones en lugar de permitir que éstos nos lleven sin dirección ni control. La idea es ser emocionalmente competentes, encontrar nuevas y mejores salidas que nos generen confianza y nos ayuden a sentir bien, a mantener el ánimo y a compartir nuestro buen humor. Se trata de aprender a ser felices.
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