Ya sea la final del torneo escolar o la partida de damas chinas en la sobremesa, siempre hay ganadores y perdedores. La vida es también así y es por ello que debemos enseñar a nuestros hijos a aceptar esta realidad, para superar la frustración que produce la derrota.
Muchos adultos –más de los que quisiéramos–, no lo asimilan con facilidad. De ahí que la primera enseñanza debe partir del ejemplo, conservando la compostura cuando nos toque perder.
Por otra parte, es frecuente que los padres, por “hacerlos sentir bien”, dejamos que los pequeños ganen en cualquier juego en casa; pero, si nunca experimentan la sensación de perder, no sabrán cómo lidiar con ella. Una buena dosis de derrotas puede enseñar mucho.
Hay ocasiones en que la derrota puede haber sido injusta: un error del árbitro o alguna trampa inadvertida del contrario. Pero también eso ocurre en la vida y más vale estar preparados para ello.
Si el oponente ganó en buena lid, lo mejor que se puede hacer es reconocerlo y felicitarlo. Cuando se esté del lado ganador, debe quedar claro que burlarse o humillar al vencido está absolutamente fuera de lugar.
Se gane o se pierda, la importancia radica en dar lo mejor de sí y disfrutar durante el proceso. Hay que elogiar a los hijos cuando ganen, pero también cuando asuman la derrota con dignidad y con la convicción de que la próxima vez la historia podría ser distinta.
Perder no es algo malo; es una oportunidad para reflexionar sobre la propia actuación, un estímulo a la superación y para aprender que siempre es posible mejorar.
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