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Basta de satanizar a la tecnología

  Por Leonardo Kourchenko. Al visitar colegios y centros educativos públicos y privados de todo el país, me encuentro con frecuencia con una profunda actitud de resistencia a la tecnología por parte de los docentes. Maestros y directivos, que la visualizan esencialmente como un instrumento de apoyo administrativo, cuando mucho de planeación, pero jamás como […]

Autor: UNOi

Fecha: 21 de agosto de 2011

 

Leonardo Kourchenko

Leonardo Kourchenko


Por Leonardo Kourchenko.

Al visitar colegios y centros educativos públicos y privados de todo el país, me encuentro con frecuencia con una profunda actitud de resistencia a la tecnología por parte de los docentes. Maestros y directivos, que la visualizan esencialmente como un instrumento de apoyo administrativo, cuando mucho de planeación, pero jamás como una poderosa herramienta de fortalecimiento didáctico y pedagógico.

Me parece natural. El promedio de edad maestros en educación media y media superior en el país es superior a los 45 años. Somos una generación de educadores  ajena a los nuevos dispositivos inalámbricos;  distantes de Internet; sin la agilidad o el dinamismo para asimilar en automático –como los niños- funciones y aplicaciones. No somos “nativos digitales”.

Por ello, la actitud más frecuente entre los docentes, consiste en rechazar la tecnología, devaluarla, considerar que su utilidad se limita a algunas funciones mínimas de comunicación primaria, de negocios y de entretenimiento.

O con mucha comodidad y “sabiduría”, se instalan en el ficticio discurso de los valores y el humanismo como víctimas de los nuevos dispositivos tecnológicos. Dejemos de satanizar a los iPhones, iPads, Blackberries y MP3; hagamos a un lado esta actitud de pseudo soberbia intelectual, pretendiendo que el ser humano es destruido por la tecnología.

Todos estos aparatos son simples, pero valiosas herramientas, a los que se les asignan funciones y contenidos. Son tan útiles y poderosos, como las personas los construyamos, les entreguemos y deleguemos funciones, aplicaciones, responsabilidades de agenda, de contactos o enlaces.

En nuestro sector educativo, la implementación de tabletas digitales con contenidos académicos, es un terreno prácticamente virgen. Firmas como Apple y Dell trabajan incansablemente por diseñar en el mundo entero, funciones que fortalezcan el trabajo pedagógico en el aula.

Sin embargo está en nosotros, los docentes frente a grupo, hacer eso realidad. Y se preguntarán ¿y yo por qué? ¿acaso soy accionista de alguna de estas empresas? ¿por qué voy a ayudar a que se vendan más dispositivos?  Muy simple: porque su trabajo educativo elevará sensiblemente su calidad, fortalecerá la capacidad de comprensión y de asimilación de sus estudiantes, hará su práctica docente más efectiva, más eficiente, más pertinente y en suma, más exitosa. Pero sobre todo, porque hablará el lenguaje digital de las nuevas generaciones.

En este 2011 llegan a la universidad, los primeros alumnos que son 100 por ciento nativos digitales, aquellos que nacieron cuando Internet era ya de uso público. Han pasado 18 años, casi 19, desde ese importante fenómeno y los jóvenes de hoy hablan, piensan, aprenden, registran información e imágenes y hasta interactúan y se relacionan de forma diferente. Cerrarnos a esa realidad, es pretender que nada ha cambiado y que el mundo sigue siendo igual.

Los valores humanos, la edificación de un ser integral con visión, con sentido de vida, con objetivos y valores, es también función del maestro. Con frecuencia escucho a educadores afirmar que ese trabajo corresponde sólo a los padres de familia. ¡Falso!  Esa vital e irrenunciable labor del docente, no se limita, no se obstruye, ni se debilita con el uso de la tecnología. Por el contrario, se fortalece. El maestro que sea capaz de construir aprendizaje significativo, de enlazar e interconectar el contenido de su materia con lo que sucede en la vida real, estará dotando de elementos concretos al joven estudiante para comprender el mundo, para interrelacionarse con él, para analizarlo y adaptarse al cambio constante. Y hacer todo eso sin la tecnología, resulta imposible.

El maestro que sea capaz de innovar, de crear medios y redes, de invitar a sus alumnos a enviar tareas por Internet, a realizar investigaciones colectivas en un “blog” o un “chat”, a compartir la construcción de conocimiento en equipo, será un auténtico educador del siglo XXI.

Desechemos pues las prácticas añejas de castigar teléfonos y dispositivos, de guardar las laptops o los juegos de video. Aceptemos el reto de que ese es el lenguaje en el que nuestros niños y jóvenes van a vivir –lo hacen ya-   y de que nuestra tarea es darle sentido y significado, la de orientarlos y ofrecerles elementos de discernimiento entre lo que sirve y lo que no sirve.

Abracemos a la tecnología sin temor, busquemos formas y caminos para incorporarla a nuestra práctica docente y les garantizo que tendrán, no sólo la atención total de sus alumnos, sino sobretodo, provocarán la explosión de ideas creativas y innovadoras sobre su clase, su materia, sus contenidos y la activa e involucrada participación de los jóvenes.  ¡Mucho éxito!