Es innegable que la vida de los adolescentes de hoy tiene una fuerte conexión con el teléfono celular. Entre muchas otras cosas, con él pueden hacer búsquedas en Internet, crear texto, grabar videos, tomar fotos, producir podcasts, almacenar y compartir material en redes sociales y blogs. Estas características se pueden aprovechar en las escuelas para desarrollar proyectos de colaboración y actividades desafiantes que estén conectados con la vida diaria de los alumnos.
Aunque falta mucho camino por recorrer, las escuelas deben considerar –con una adecuada planeación–, la creación de contenidos y el desarrollo de proyectos educativos y pedagógicos que se transforman en una poderosa herramienta de enseñanza y aprendizaje.
Sin embargo, no todo es tecnología. La incorporación de los egresados a la vida productiva requiere de más cosas. Una encuesta a directores de grandes empresas, reveló que buscan jóvenes que pueden comunicarse bien de manera oral y escrita, tengan un pensamiento lógico, sepan investigar, relacionarse bien, utilizar la tecnología y administrar el tiempo, preservar el medio ambiente y hacer trabajo voluntario. Es decir, mucho más que personas con conocimientos técnicos, las empresas están buscando personas que tengan actitud, iniciativa, creatividad y resiliencia.
Una de las interrogantes que surge: ¿podrán los programas escolares conjuntar todo esto –celular incluido–, para formar las personas que la sociedad actual demanda?
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