Estamos pero en realidad no estamos. Permanecemos emocionalmente inaccesibles, o tan ocupados con el trabajo, la televisión o las redes sociales que nos desconectamos del momento presente y de nuestros hijos y los que les pasa, sus procesos, sus miedos, sus preocupaciones, su necesidad de mirada, de escucha.
Después, cuando conectamos, solemos exigirles que hagan lo que nosotros queremos que hagan (la tarea, bañarse, cenar o irse a dormir) y, muchas veces, ellos nos muestran su enfado, y entramos en conflicto.
También somos aquellos padres que satisfacemos las necesidades físicas de nuestros hijos pero no somos capaces de compartir o expresarles amor y afecto. Me refiero a los que no sabemos decir “te quiero”, o que rechazamos el afecto físico.
Cuando esto se repite, se va creando una dinámica de relación que nos separa cada vez más, llegando a un clímax en la adolescencia.
De acuerdo con Aquamarina, mamá bloguera que es además psicóloga y maestra, el principal efecto en el niño es que se sienta rechazado, además de defraudado y muy solo, lo que se traduce en una baja autoestima y puede derivar en conductas sociales impropias.
Para evitarlo, dice Aquamarina, Lo único que hay que hacer es estar realmente con ellos, con el cuerpo y la mente, y con el corazón. El tiempo que les dediquemos debe ser de calidad y debemos estar atentos y procurar entender su vivencia interna.
Entre otras acciones propone: escucharlos, abrazarlos, comunicarles amor, organizar la dinámica de la vida en casa y también expresarles cómo nosotros nos sentimos.
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