Hay una brecha.
Las nuevas generaciones miran la vida distinto, ¡muy distinto!
Los más grande (me cuido mucho de decir más viejos, porque estoy incluido entre ellos) miramos a los más jóvenes casi atónitos. Les ponemos nombres X, Y, Z, ya se nos terminó el alfabeto para nombrarlos. (Me pregunto ¿Cómo nombrarán estas generaciones a sus sucesivas?).
Las miramos, digo, azorados, asustados, escandalizados a veces. ¡Cuánto nos cuesta manejarnos con códigos tan distintos!
En la escuela la convivencia intergeneracional viene por dos lados, por una parte aparecen docentes que portan estas edades y por otra todos los alumnos pertenecen a estas generaciones.
Lo primero que hacemos el ala “con más experiencia” es satanizar. Empezamos a ver todos los aspectos distintos como negativos, imaginamos un pasado mítico y glorioso y sentimos que el apocalipsis está pronto a arribar.
Así circulan epítetos como: Son poco comprometidos, no son muy amantes al trabajo excesivo y poco afectos (diría nada) a las órdenes, individualistas; corretean por las redes subiendo toda su vida, lo oportuno y lo no tanto, desalineados, irreverentes…
¡Maestros eran los de antes!
Recuerdo a mi abuelo maestro. Impecable, reverencial, el primero en llegar, el último en irse, algo autoritario… pero ¡que respeto infundía!…
Asumámoslo, mi abuela diría que todos los maestros hasta la generación nacida en los sesentas no vienen más y cualquier imitación de esas miradas profesionales será una falsa copia, una copia que atrasa al menos 30 años.
Las nuevas generaciones traen más frescura, miran la escuela sin solemnidad, pueden entender que no todo aprendizaje pasa por dar muchos contenidos, pueden manejarse en el mundo digital con sus códigos participativos con solvencia. Esto es fantástico para la escuela.
Sólo les pido que esto que traen para romper barreras, lo sostengan, lo hagan profesionalmente, se comprometan con su vocación, se tomen el tiempo de escuchar y mirar a sus alumnos, que formalicen las relaciones. Los alumnos esperan que alguien los ayude a estructurarse, a tener marcos donde poder entablar relaciones sanas. Los docentes podremos ayudar
Detrás del acartonamiento de antaño, había una vocación docente que prestaba su vida para ejercerla. Mi abuelo ante todo era maestro, quería serlo y se prestó para ejercer el rol.
Que la soltura de las nuevas generaciones no pierdan esa pasión traducida en códigos contemporáneos, que se hagan responsables de su misión y la lleven con la profundidad que la tarea merece.
Después de todo, hoy como ayer, luego de los padres, somos las personas más influyentes en la construcción de la personalidad de un niño.
¡No es una tarea para improvisar!
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