Paredes blancas, o que al menos alguna vez intentaron serlo. Colgaban láminas de alguna de sus puntas y descolgaban de otras. Ninguna, como si fuera la regla, estaba bien puesta. Bancos beige oscuro, sillas rotas, mesas escritas. Limpieza de dudosa valía. Polvo de tiza por doquier. Ventanas sin demasiada luz, con cortinas roídas
Dijo el marciano: «Acá aprenden los niños humanos?¿Este es el mejor lugar que le pueden ofrecer?».
Su interlocutor, un niño terrícola contestó: «A esto llamamos aula de clase y los maestros dicen que es lo mejor que le puede pasar a un niño, estar muchas horas de su vida ahí dentro».
-¡Qué raros son!- exclamó el extraterrestre.
Así de naturalizado tenemos las cosas. Nos parece que el ámbito deslucido de una clase es un buen lugar para aprender. Pareciera que en algún lugar de la historia escolar, algún maleficio afectó la evidencia de los responsables de educar y nos hizo creer que los lugares sin personalidad, sin belleza, sin ninguna dulzura, son los espacios aptos para los niños.
Dicen que el contexto determina al texto, y que el medio es el mensaje. ¿Qué mensaje les damos a los niños y jóvenes cuando entran a un salón de clase? ¿Por qué los colores, en general, son poco cálidos o espantosamente estridentes o las láminas son de los materiales menos estéticos que hay en el mercado? ¿Por qué los techos no son buenos, ni los bancos cómodos? ¿Por qué no se cuida la escuela como a una casa? ¿Por qué esa ausencia de detalles?
Será que el mensaje es: “¡No nos importa tanto tu presencia! ¡Da lo mismo, después de todo es una escuela!”. Quizás sea la muestra más evidente de la decadencia del modelo escolar. Esa escuela, más parecida a un sanatorio que a una casa, tiene que erradicarse.
Está ligada a un modelo pedagógico que requería un ámbito neutro para enseñar, porque suponía que su misión era la de ser vocera de la pura y aséptica verdad científica.
Por eso, creo ver en las ruinas de las escuelas de hoy, la evidencia de la caída del modelo pedagógico del positivismo. La pobreza de su continente, habla de su pobre contenido
Cambiar la escuela, implica cambiar el espacio y cambiar el espacio será una buena plataforma para cambiar la escuela. Aulas abiertas, luminosas, con bancos adecuados, conectividad pronta y comunicación acorde al mensaje.
Transformar la organización es transformar el espacio donde se despliega la organización. Los espacios hablan y dan mensajes más efectivos que muchas palabras.
Los invito a entrar de nuevo a nuestras escuelas, mirarlas como el marciano del inicio y preguntarse: ¿Es el mejor lugar para que los niños y jóvenes terrícolas aprendan en el siglo XXI?
______________________________