El cambio escolar, y su necesaria efectivización suma consenso casi por unanimidad.
La vaguedad de la propuesta y lo acuciante de la realidad, hace que el discurso del cambio sume adeptos.
Ahora cuando se aterrizan los cambios en prácticas renovadas, aparecen más resistentes que entusiastas, más detractores que adeptos.
Rápidamente surge una defensa de lo escolar.
Escolarizar el cambio es hacerlo banal, es proponer nuevas acciones con la lógica de las viejos paradigmas.
Es la estrategia perfecta para que nada cambie.
Es – colar. Colar lo nuevo, para que la novedad caiga y nos quedemos con el sumo viejo. El sumo tiene hedor a nuevo, pero es viejo. Patéticamente viejo.
Esa es la estrategia básica que hasta ahora funcionó para neutralizar toda transformación de lo escolar.
Cada cambio de paradigma fue rápidamente banalizado. La escuela se queda con los nombres y opera sobre ellos viejas prácticas.
Dice que lo nuevo ya lo hace, pero lo que hace es barnizar con nuevos nombres ritos repetidos desde el siglo XIX.
¿Se podrá transformar una institución de siglos desde dentro?
¿Soportarán las viejas paredes nuevas estructuras?
El tiempo es óptimo, eso es evidente. La sociedad del conocimiento requiere un tratamiento de la información absolutamente distinto que en siglos anteriores.
Este tratamiento tiene impacto directo en los modos tradicionales de enseñar.
En el cotidiano de la escuela. En su estructura constitutiva misma.
Toda su estructura organizada en tiempo y espacio debe ser jaqueada. Debe ser repensada, a partir de los nuevos objetivos pedagógicos.
Esta es una tarea profunda, inmensamente profunda. Es mucho más que cambiar nombres y hablar de competencias donde antes se hablaba de contenidos, de múltiples inteligencias donde antes se hablaba de CI. Es ahondar en las más arraigadas creencias docentes, es mutar los modos de relación social de las clases, sus lógicas de poder y sus consecuencias fácticas.
Exige lucidez, mucha, coraje del bueno y sobre todo mirada sincera sobre la realidad.
Cambiar la escuela es mutar la noción que tenemos de la escuela.
Se requiere una inversión intelectual y operativa.
Todas las razones y acciones que sostuvieron al sistema educativo en pie hasta el siglo XX, hoy deben invertirse, transformarse profundamente (cambiar de forma y también de fondo) si se quiere tener algo más que una estructura muerta.
Este giro de 180 grados será necesario para que el sistema educativo formal no se transforme en una forma periférica de formación.
Volver con la estrategia de la coladera, que quebró todo intento de cambio escolar, hoy es letal, más letal que nunca en la historia de la educación.
________________________________________