por Araceli Pastrana Quintana
Estamos terminando el primer bimestre del ciclo escolar, evaluando lo que fue y planeando lo que será. Identificamos aquello que no debió pasar y lo que procuraremos repetir, después de todo, así esla vida. Nosiempre sucede lo que se planea y a veces suceden cosas sin planearlas, por eso, hay que estar preparados para todo.
Sirva este texto como un pretexto para pensar sobre nuevas maneras de aprender y ayudar a que los demás aprendan; de ser felices y contribuir para que los demás lo sean.
Que ya no hay valores, dice la gente, que en tiempos pasados todo era mejor, que los niños de antes tenían otra mente que había más respeto, más felicidad y más amor…
Con frecuencia escuchamos comentarios alusivos a la mejor educación de las personas de antes. Claro que nadie ha especificado en donde empieza el antes, ni qué significa mejor.
Algunos adultos creen que cuando ellos eran niños su conducta era más refinada y respetuosa que la de los niños con los que ahora conviven ¿será cierto, o será que la perspectiva de la vida cambia con la edad? Usted dirá.
Lo que es un hecho es que vivimos en una sociedad colmada de información, tecnología, cambios y demás aspectos y elementos con tal grado de atractivo, que han impedido centrar la atención en lo más importante: el ser humano.
Cuando nace un bebé, comienza rápidamente la carrera de aprender; los padres le muestran el mundo, lo enseñan a relacionarse con él.
Los padres buscan que sus hijos se conviertan en adultos plenos y felices; sin embargo, la educación que otorgan a sus hijos, no siempre se centra en estos aspectos.
Los adolescentes de hoy aprendieron a usar la televisión, los CD y DVD a los dos años, a jugar videojuegos a los tres, y a los once eran ya expertos en el manejo de aparatos electrónicos de cualquier tipo; pero la mayoría de ellos no tuvieron oportunidades para aprender a compartir, a respetar, a disfrutar, a soñar, a amar, esas cosas no se les enseñaron porque no se consideraron una prioridad.
La vida familiar actual dedica muy poco tiempo a orientar a los niños y niñas para que se conviertan en seres HUMANOS. Está creciendo gente que sabe mucho, pero siente poco o sabe poco de qué hacer con lo que siente.
A los niños de hoy les faltan horas de conversación con su familia, adultos que les cuenten cuentos, historias, anécdotas, carecen de los momentos de convivencia que conforman el ser y contribuyen a la construcción de una perspectiva de vida. Quienes están solos, quienes crecen sin palabras entre ellos y quien los educa, se quedan con un vacío interno, vacío que resulta difícil de entender cuando somos tantos los que a diario nos encontramos.
Tal parece que en el siglo XXI la convivencia se ha vuelto un lujo. No hay tiempo para conversar, para jugar, para compartir, para reflexionar sobre la vida; bueno, hay quienes no tienen tiempo ¡ni para vivir!
¡Despertemos, hay cosas que no pueden esperar!
Hoy me gustaría que reflexionáramos sobre nuestra vida y sobre lo que estamos haciendo con las vidas de aquellos con quienes convivimos y de quienes estamos a cargo, sean hijos o alumnos, que es casi igual.
Todos hemos observado cómo los valores y las normas de convivencia parecen modificarse según la situación y la persona en cuestión. Las definiciones sobre lo que es la tolerancia y el respeto, por ejemplo, pueden variar incluso entre los miembros de una misma familia. La concepción personal y a conveniencia de lo que los valores significan es la raíz de muchos de los problemas sociales. Esta falta de consistencia en los significados dificulta la interrelación social y nos coloca al borde del anarquismo.
Medina y Galbán (2002) dicen que “Los seres humanos siempre luchan entre dos fuerzas, una que los lleva a la colaboración y a la participación; la otra, al egoísmo. Cuando los esfuerzos de los individuos se encaminan sólo para su beneficio personal, provocan la desaparición del espíritu comunitario”. (1)
El límite de tu derecho termina en donde empieza el derecho del otro
Esto es lo que le ha pasado a nuestra sociedad. En aras de fomentar la autonomía y la independencia, se ha olvidado de enseñar a las nuevas generaciones que son individuos, que viven en una comunidad con ciertas normas y valores para facilitar el desenvolvimiento individual en armonía con los demás.
Hay personas que conocen los valores tanto como los términos tecnológicos, los emplean; pero no saben de lo que están hablando. Por ejemplo, al recibir comentarios o reclamos sobre sus conductas dan respuestas como “así soy y que”, o “si me quieres me aceptas como soy”, lo que denota, además de intolerancia hacia las opiniones ajenas, una falta de respeto y en ocasiones, agresión hacia el otro; además de poca o nula conciencia de que para convivir se deben respetar ciertas normas, dialogar, controlar los impulsos, tolerar las diferencias, buscar metas comunes, promover la paz; a menos que se quiera permanecer solo.
Lo anterior no quiere decir que debamos enseñar a los niños y jóvenes a hacer lo que los demás quieran, ¡de ninguna manera!, significa que para promover la interrelación entre familiares, amigos, parejas, compañeros de escuela o de trabajo, son necesarios dos aspectos:
- fomentar el desarrollo de la autoestima y
- enseñar valores
Al fortalecer la imagen personal, el individuo adquiere mayor seguridad, mejora su autoestima. El conocimiento de sus cualidades y defectos, aunado a una formación en valores, le facilita en desenvolvimiento social manteniendo siempre su integridad personal y sin afectar la de los demás.
El conocimiento de sí mismo y de lo que los valores significan, fortalecerá su criterio personal y le ayudará a regular su comportamiento para estar bien consigo mismo y con los demás; le permitirá, vivir en libertad, manifestar su individualidad sin menoscabo del orden social.
Para ampliar esta idea de la relación entre los valores y el desarrollo del ser, en la conclusión de este artículo veremos algo sobre la libertad.
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Referencias Bibliográficas
Formación Cívica y Ética Jorge Medina Delgadillo y Sara Galbán Lozano Santillana XXI Secundaria, México, 2002